domingo, 16 de junio de 2024

"Cómo el grano de mostaza..." Mc 4, 26-34

Con mucha sencillez y a través de ejemplos cotidianos Jesús explica la centralidad de su mensaje: el REINO DE DIOS que no puede ser identificado con ninguna institución ni con ninguna otra manera de vivir que no esté contenida en la propia vida de Jesús.

Jesús enseña a la gente y a sus discípulos con ese recurso que son las parábolas que tienen como finalidad movilizar el corazón hacia algunas actitudes vitales que expresan lo más genuino de nuestra humanidad y que al mismo tiempo son fundamentales para relacionarnos con los demás.



Estamos marcados por la intolerancia –y no es cosa solo de este tiempo-; intolerancia que nos vuelve impacientes, inflexibles y que de alguna manera nos excusa para ser indiferentes con las personas o con las cosas que pasan. 
Estamos marcados por esa excesiva preocupación por la imagen –“por el que dirán” – qué nos hace estar tan alertas a los demás, que quedamos desconectados con nosotros mismos… qué ya no nos reconocemos; nos cuesta escucharnos y aceptarnos en lo que nos toca caminar… que difícil nos resulta frenar para tener tiempo para la calma y la meditación.
Seguimos arrastrando esa “imagen de Dios” omnipotente y todopoderosa que quisiéramos manejar con nuestras oraciones y sacrificios para que nos cambie las cosas y tal vez para creerle más.
Con la pandemia de por medio que tal vez acelero ciertos procesos, muchas razones por las cuales hacíamos las cosas se han quebrado… hemos ido perdiendo el sentido de muchas cosas –hasta el sentido del perdón en un vínculo-… la búsqueda del “me gusta” ha ganado la batalla sobre cualquier otro motivo, pero a qué precio; cuánto vacío y cuánta soledad ha dejado todo eso y con cuánta cosa la estamos queriendo calmar.

Necesitamos volver a esa simplicidad que es capaz de percibir que dentro de la vida se esconde, según la parábola de la "semilla que crece por sí misma”, una FUERZA –una energía podríamos decir- que no depende del agricultor –que no depende de nosotros. 
Dónde la "potencia" –lo que realmente tiene fuerza- lo tiene lo pequeño y esta no depende en absoluto de la acción del hombre; y su crecimiento acontece en la oscuridad de la tierra... lejos de la mirada y del cálculo del agricultor.

Es una invitación a descubrir la presencia, aquí y ahora, del Reino en nosotros que busca movilizar la vida.
Creciendo en nosotros, aunque parezca que no pasa nada (“¿se imaginan estar sacando la semilla todos los días para ver cómo está?”); produciendo vida en nosotros -haciéndonos percibir posibilidades dónde sólo vemos obstáculo- aunque en apariencia nada cambie.

Es una invitación a aceptar con serenidad que la "fuerza de la vida" no viene de nosotros y su "estar creciendo" tampoco es posible reducirlo a nuestros cálculos ni a nuestras estrechas miradas.
¿Cuántas interpretaciones de lo que vivimos -cuántas formas de rezar- no son más que querer controlar "lo de Dios" en nuestra vida?
¿Acaso no seguimos creyendo que la presencia del Reino está dada por los éxitos evidentes que tengamos en la vida o como cristianos? ¿No seguimos midiendo "lo de Dios" por los resultados de nuestras obras o de nuestras palabras?
Cuántos “expertos en adivinación” hay entre nosotros … que saben a dónde iremos a parar si seguimos así. Lo difícil de estas acentuaciones es la exigencia y también el mal trato que puede darse por no ver cambios inmediatos.

La parábola no dice lo que tenemos que hacer; sino que es una invitación a "DEJAR HACER"... a "DEJAR ESTAR".

Es una invitación a soltar la pretensión también de querer marcarles a los demás qué y cómo tienen que hacer... como si eso nos hiciera sentir menos inútiles.

La parábola es una invitación a dejar por momentos la eficiencia -no todo tiene que servir para algo- y el activismo -el no hacer algo productivo no es ser un inútil o ser un vago- como claves para interpretar la vida; y a ofrecerle al Reino espacio y posibilidades para que actúe dejando de ser nosotros "directores de obra".

Cuánto experto tenemos dentro de nuestras familias y dentro de nuestras comunidades que llegan hasta despreciar el crecimiento y las formas de camino de los demás.
Cuánta manipulación a través del miedo y el rechazo se esconden detrás de tantas formas de relación, aunque en apariencia digan que buscan nuestro bien.
Cuánta opresión se esconde detrás de muchas formas de ayuda o de servicio a los demás.
No es posible medir ni calcular el crecimiento de las semillas según nuestros propios modelos mirando si corresponden o no a ellos y ni es posible tampoco hacer concursos para evaluar el producto (recordemos aquí el mito de “Procusto”).

EN LA PARÁBOLA HAY UNA SEMILLA QUE SABE HACER SU TRABAJO.  
Llega a donde quiere y cuando quiere. 
No tiene necesidad de que alguien le sugiera como crecer o cuando hacerlo.

Necesitamos entonces dejar el "dramatismo" y descubrir la fuerza que tiene lo débil y lo pobre del Reino en nuestras vidas... y así tal vez dejaríamos de estorbar su trabajo en nosotros y en los demás con interpretaciones y posturas rígidas que no hacen más que alejar, dividir, rechazar y levantar barreras.

Débil y pobre, pero al mismo tiempo, como el grano de mostaza, capaz de transformar la vida en un lugar donde otros pueden encontrar espacio.

Cuánto se ha ensanchado el corazón para acoger y aceptar es el criterio… cuánto desalojo y desarme y entrega eso supone.

Aprendamos a escuchar lo de Dios que crece en nosotros.
CONFÍEMOS MÁS... RESPIREMOS MÁS.
CONTEMPLEMOS MÁS.
Y no nos alarmemos por la sensación de no frutos o de no cambios inmediatos en nosotros o en los demás.
Confiemos más en los pequeños intentos.
No nos desanimen lo modesto de ciertas apariencias.
Creamos en la fuerza que tienen los pequeños signos que no hacen otra cosa que «hacer sospechar» que existe otra VERDAD.
No son puntos de exclamación ni pretenden convencer a nadie... sino más bien son GENERADORES DE PREGUNTAS.

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