domingo, 3 de marzo de 2024

Cómo al AMOR. Jn 2, 13-25

Sin ser muy conscientes de lo que estaba sucediendo, hemos ido entrando a una manera de mirar el mundo dónde todo se ha vuelto un "objeto a consumir", algo que se puede producir, poner a la venta y comprar.
Dónde todo tiene que tener un fin productivo -aun lo que hacemos en el tiempo de ocio-.
Dónde todo debe ser "redituable"... todo tiene que alcanzar tantos "me gusta" cómo sea posible y para eso exponemos lo que sea.

Con cuánta comparación vivimos la vida... cómo si hubiese "algo o alguien" que estableciera de fuera lo que es aceptable o no en tiempo y forma de cómo deben ser las cosas -lo que entra o no dentro de lo qué llamamos "ser auténticos"-... y aun cuando proclamamos el valor de la diversidad; esta aparece bajo ciertos parámetros que si se cumplen seguimos estando dentro, pero si no quedamos aislados. 

A fuerza de decírnoslo hemos llegado a creer que lo de los demás nada nos afecta, pero los tirones quedan dentro, y nos llevan más de las veces a buscar silenciarlos exponiendo la vida a cualquier cosa.

El gesto de Jesús, "hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo", es una de las acciones que además de haber quedado en la memoria colectiva de creyentes y no creyentes, desnuda esa tendencia a comercializar todo: lo que somos, todo lo que hacemos, todo nuestro mundo de relaciones aun nuestra relación con lo Sagrado.

El gesto de Jesús desnuda los "intercambios comerciales" a los que sujetamos lo que somos... sobre todo cuando parece que vivimos subidos a una vidriera dónde buscamos hacer las cosas para mostrarnos... para que nos compren... para que digan algo bueno de nosotros o al menos no piensen mal.

Denuncia todo ese mundo que está oculto dentro nuestro y dentro de nuestro mundo que ha perdido el valor de lo sagrado... de lo que no es posible transferir mediante una tarjeta.
Mundo que buscando salvarse a sí mismo -su propia comodidad, su propia seguridad- es capaz de comerciar con la vida humana.
Mundo que, habiendo dejado de tener una mirada trascendente de la vida, perdió el horizonte de sentido de muchas cosas, y aun así se constituye en juez de lo aceptable o no.
Mundo que buscando siempre ganar y sacar beneficio de todo ha perdido la lógica del perder para encontrar; del no saber para crear; al no poder cómo posibilidad para ser alcanzado.
Mundo que busca postergar la muerte física a lo que de lugar porque pensarla cómo la última ofrenda de nuestra existencia - la última entrega a la que somos invitados- no es para nada redituable.

Todo lo que estaba allí, en ese patio del templo, tenía sentido desde la propia utilidad del templo. 
Todo tenía una justificación religiosa. 
Todo era legal. 
Todo estaba autorizado. 

La utilización que hacemos de nosotros mismos, de los demás, de la creación y de Dios mismo se encuentran hoy atravesadas por esas mismas lógicas: mientras esté justificado... mientras sea legal... mientras no haga daño a nadie... mientras haya alguien que lo autorice y que rápidos que somos en buscar argumentos para que den validez a nuestras ambiciones (basta con googlear lo)...

Qué difícil es abrirnos al don de una vida que no nos pertenece... abrirnos a ese ámbito de la vida que no es posible negociar con nada de lo que hagamos.
Y qué difícil nos resulta seguir descubriendo que no es posible la felicidad sin los otros... sin todos los otros.

Cuánta religiosidad solo se sostiene desde la búsqueda de sentirse bien... o que esta "deidad" nos salve de la vida y de sus caminos.
Con cuánto pensamiento mágico nos seguimos acercando a nuestros espacios sagrados... eso lo podemos comprar... lo podemos manejar con lo que nosotros llamamos promesas, sacrificios, etc.

Habiendo dejado de preguntarnos el "¿por qué?"  de lo que nos pasa o de lo que hacemos  porque no es algo que nos lleve a ganar más seguridad o más comodidad; seguimos buscando que algo o alguien nos resuelva, nos saque de esa realidad de la que somos responsables de cómo vivirla... 

Buscamos alguien que nos libere de ese lugar dónde el vacío o la soledad nos aprieta; y nos escapamos hacía otros lugares si en los que estamos no nos satisfacen... y con todo nos perdemos del magnífico momento de qué ese vacío -esa soledad- sea un espacio para abrirnos a lo que está más adentro y allí también encontrarnos con otras posibilidades que tiene la vida.

No es posible encontrarnos con esa "singularidad" de la que estamos hechos si antes no se quiebran espacios de seguridad y comodidad.
No es posible pasar por la vida sin que algo se quiebre... sin que algo se rompa.
Cómo tampoco es posible vivir sin una sana referencia a los demás, siendo conscientes que nunca podremos agarrar ni domesticar todo cuanto son los demás... porque si los demás son parte de eso que consumimos -para sentirnos mejores, etc... etc..- difícil será que nos encontremos a nosotros mismos... y más difícil será que nos encuentre el Dios de Jesús.

Domesticar y encasillar, tal vez es lo que intentaron hacer aquellos judíos con Jesús cuándo comenzaron a pedirle explicaciones de lo que había hecho... porque ¿quién de nosotros quiere ser cuestionado en lo que hace o en lo que busca?, 
o ¿a quién le gusta que le saquen las seguridades con las que venía viviendo dónde todo cerraba bien? 
o ¿quién está dispuesto a aceptar al otro que no piensa ni hace lo que nosotros pensamos y hacemos? 

Cómo al AMOR... 
nunca podremos domesticar a Dios.


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