“Nada de
vosotros retengáis para vosotros mismos para que enteros os reciba el que todo
entero se os entrega.”
(CtaO 29)
El Amor que tengo por el
“bien” que más deseo (apego – no desprendimiento) es el amor que le resto a la
completud del amor que me debe consumir de cara a Dios.
Será la Pasión de Jesús quién le enseñe a Francisco de amor, de
desapropiación, de humildad, de intercesión, de reconciliación.
La pasión provocará en su corazón, una profunda compasión; un sentir-junto, un dolerse en comunión, como un deseo de transportarse al interior del otro.
Siendo Francisco un hombre donde el corazón recobro su lugar; su
corazón canta, siente, alaba, vibra, llora, se compadece.
El corazón siente el
pulso de otro corazón.
Esta com-pasión encontrará en el Alverna su mayor
expresión.
La compasión se expresará en perdón, en
humildad, en conversión y en intercesión. Francisco seguirá a este Señor,
empecinado en amar lo débil, y esta es la opción del Crucificado; pero no le fascina el sufrimiento, sino el amor.
“…transformado por su tierna
compasión en Aquel que a causa de su extremada caridad, quiso ser crucificado…” (LM 13,3)
Compasión -para ello tener en el pensamiento y en la memoria- y celebrar en la vida -comenzando por la imitación para pasar a la identificación de sentimientos, obra del Espíritu-
En lo más oscuro de la pasión descubre la luz de un amor hasta el extremo; descubre también la miseria del hombre capaz de rechazar esa luz, pero también su propia grandeza, porque ha sido salvado a tamaño precio. Y esto que conmueve le urge adorar.
Francisco (al igual que
Clara) no dejó un método sistemático de oración- sino que formó en la escuela
de la mirada que ama y que ora. Una mirada centrada en los actos salvadores de
Cristo. “La memoria la reproduce continuamente a aquel a quien el amor había grabado profundamente
en su corazón.”
Francisco no aprende a orar meditando ideas
piadosas, sino mirando el rostro de Cristo que dice hasta qué extremo puede
Dios amar.
Nada de consideraciones intelectuales –especulaciones- sino una atención sostenida del corazón -que no significa separación del conocimiento el amor-.
EL MIRAR ES YA PLEGARIA.
Compasión -para ello tener en el pensamiento y en la memoria- y celebrar en la vida -comenzando por la imitación para pasar a la identificación de sentimientos, obra del Espíritu-
En lo más oscuro de la pasión descubre la luz de un amor hasta el extremo; descubre también la miseria del hombre capaz de rechazar esa luz, pero también su propia grandeza, porque ha sido salvado a tamaño precio. Y esto que conmueve le urge adorar.
Nada de consideraciones intelectuales –especulaciones- sino una atención sostenida del corazón -que no significa separación del conocimiento el amor-.
Discierne lo divino en lo humano. Los
rostros se tornan Iconos.
Todos los sentidos puestos al servicio de esta
mirada: orar con sus ojos – sus oídos – su nariz – su corazón – su inteligencia
– con su gusto.
Aprendió en la “escuela
de la mirada” a ver al Dios hecho niño en Belén, los gestos de ternura de
Jesús, el pan del banquete, el lavatorio de los pies, la Cruz del Calvario...
Así,
todo lo humano: un nacimiento, una comida, un encuentro, un pobre, un enfermo,
un anciano (Cfr. Mt 18,10), un fracaso, un sufrimiento, la muerte, etc.
TODO SE CONVIERTE EN LUGAR DÓNDE DIOS DICE.
Francisco miro su vida, la vida de sus hermanos, lo hombres, los acontecimientos, la historia, la creación, con los ojos del Crucificado.
Y aún de su plegaria se sabe no propietario. La oración no es posible sino por Jesús, con Jesús, en Jesús. Toda oración es asumida por Él.
Es más:
si, estando de viaje, cantaba a Jesús o meditaba en El, muchas veces olvidaba
que estaba de camino y se ponía a invitar a todas las criaturas a loar a Jesús.
Porque con ardoroso amor llevaba y conservaba
siempre en su corazón a
Jesucristo,
y éste crucificado…” 1Cel 115
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