El encuentro con los leprosos; el viaje a Roma y el cambio de ropas, dónde hace experiencia de ser desecho de la sociedad; Francisco descubre poco a poco ese otro mundo.
Francisco no tarda en descubrir que no sólo los mendigos son objeto de desprecio; también lo son aquellos que trabajan en los talleres, aquellos que son utilizados por la rica burguesía para conquistar poder dónde el verdadero amo es el dinero.
Las comunas, nacidas de una gran aspiración a la asociación y a la libertad, desembocaron en nuevas desigualdades y en nuevas opresiones. Francisco descubre el reverso de esta nueva sociedad.
Hasta entonces, él pasaba al lado de esta miseria sin verla; ahora descubre los estragos de este nuevo amo; y esta miseria seguía esperando.
Cuando Francisco se halla solo, pesado el corazón por la miseria que ve (la propia y la de los demás), ante la imagen del Crucifijo de San Damián, un espíritu nuevo le penetra.
A medida que él se hace sensible a las angustias de los hombres realiza un descubrimiento. Bajo los rasgos del Crucificado se le revela, de un modo nuevo, la humanidad de Dios.
Francisco durante largas horas, mira a Cristo en la cruz.
Ese Dios no se parece en nada al de los señoríos eclesiásticos; no es el Dios de las guerras feudales ni de las guerras santas; es todo lo contrario.
Está en lo más hondo de la angustia y de la pobreza del mundo.
Está inmerso allí, la ha tomado sobre sí.
Dios es ahora “fragilidad y debilidad”. Se puede uno reconocer en él.
“Y siendo El sobremanera rico, quiso, junto la bienaventurada
Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza”.
El que compartía la gloria de Dios y que estaba por encima de todo, se dignó existir con los pequeños, los humillados, los apaleados, los leprosos.
Encarnación: Dios ha dejado esa posición de dominación, no hay vasallos para El; se ha hecho uno de nosotros, camino entre nosotros, despojado de toda señal de poderío, como el más humilde y el más débil.
Francisco descubre la humanidad de Dios, la humildad de Dios, el Dios de majestad se hizo a sí mismo hermano: ¿Cómo no recibirse así? ¿Cómo no recibir a los demás?
Francisco, en la soledad y en la penumbra de esta capilla, descubre, contempla la insondable humanidad de Dios. Dios ha tomado rostro: rostro de pobreza; rostro de abandono…, etc.
Y Jesús transforma todo lo que se pone ante su mirada.
Y todo se convierte en lugar donde Dios se revela.
Entonces nace en él un inmenso deseo: tener parte en el espíritu del Señor, seguir al altísimo Hijo de Dios en su camino humano, en su humildad y pobreza, renunciar a querer estar por encima de los demás para estar con ellos, para llegar a ser uno de ellos, el más pequeño entre ellos: su hermano.
Seguir a este Señor, empecinado en amar lo débil.
Desierto –despojo- Oración - y pobre están unidos: allí se encuentra a Dios estigmatizado y agotado-
Allí escucha que lo envían a reparar la Iglesia. Después vendrá la persecución de su Padre; el despojo ante el obispo. Francisco en el despojo rompe con todo aquello que cierra a sentimientos más humanos; que imposibilita mirar y crear comunión… y esto lo hace en la mayor desprotección posible; confiado sólo en la sola protección de Dios como Padre.
“En este período vestía un habito como ermitaño, llevaba un bastón en la mano y los pies descalzos… Y seguía su espera…, buscaba lo que el Señor quería de él…
En Santa María, escucha el evangelio de los discípulos a misionar; después de pedir explicación al sacerdote exclamo que eso era lo que él quería, esperaba, anhelaba.
–lo cuál lo escucho en su momento literalmente-
ahora no será poner piedra sobre piedra, sino será ir a los hombres, como los discípulos, sin ningún signo de poderío, sin seguridad en este mundo,
SINO EMPUJADOS POR EL MISMO SOPLO DE HUMANIDAD QUE HABÍA CONDUCIDO AL HIJO DE DIOS EN PERSONA A VENIR A NOSOTROS, A HACERSE UNO DE NOSOTROS Y CAMINAR.
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