Es fuente del amor humano.

EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO - Henri Nowen -

Durante toda mi vida he luchado por encontrar a Dios, por conocer a Dios, por amar a Dios; he intentado seguir las directrices de la vida espiritual –orar constantemente, trabajar por los demás, leer las escrituras- y he evitado las muchas tentaciones que pueden dispersarme. He fallado muchas veces pero siempre lo he vuelto a intentar, incluso cuando estaba al borde de la desesperación.
Ahora me pregunto si durante todo este tiempo he sido lo suficientemente consciente de que Dios ha estado intentando encontrarme, conocerme y quererme.
La cuestión no es: “¿Cómo puedo encontrar a Dios?” sino “¿Cómo puedo dejar que Dios me encuentre?”.
La cuestión no es: “¿Cómo puedo conocer a Dios?” sino “¿Cómo puedo dejar a Dios que me conozca?”.
Y, finalmente, la cuestión no es: “¿Cómo voy a amar a Dios?” sino “¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?”.
Dios me busca en la distancia, tratando de encontrarme y llevarme a casa.
Por raro que suene, Dios desea encontrarme tanto, si no más, como yo deseo encontrar a Dios. Sí, Dios me necesita tanto como yo a Él. Dios no es el patriarca que se queda en casa, inmóvil, esperando a que sus hijos vuelvan a él, esperando a que pidan disculpas por su comportamiento, que pidan perdón, y prometan cambiar. Al contrario, abandona la casa, sin hacer caso de su dignidad al correr en su busca, ignorando las disculpas y promesas de cambiar, y los conduce a la mesa magníficamente preparada para ellos.
Ahora empiezo a ver lo radicalmente que cambiaría mi trayectoria espiritual cuando deje de pensar en Dios como en alguien que se esconde y que me pone todas las dificultades posibles para que le encuentre, y comience a pensar en Él como aquel que me busca mientras yo me escondo. Cuando sea capaz de mirar con los ojos de Dios y descubra alegría por mi vuelta a casa, entonces en mi vida habrá menos angustia y más confianza.

Durante mucho tiempo consideré la baja autoestima como una virtud. Me habían prevenido tanto contra el orgullo y la presunción que llegue a considerar que despreciarme era bueno. Pero ahora me he dado cuenta de que el verdadero pecado es negar el amor de Dios hacia mí, ignorar mi valor personal. Porque sin reclamar este primer amor y este valor, pierdo el contacto con mi verdadero yo y comienzo a buscar en lugares equivocados lo que sólo puede encontrarse en la casa del Padre.
No creo que esté sólo en esta lucha por reclamar el amor primero de Dios hacia mí y mi propio valor. Detrás de mucha de la competitividad y rivalidad humana; detrás de tanta confianza en uno mismo y de tanta arrogancia, a menudo se esconde un corazón inseguro, mucho más inseguro de lo que uno se imagina. Siempre me ha impresionado encontrar a hombres y mujeres con un talento indiscutible y con grandes compensaciones por sus logros, que dudan de su propio valor. En vez de considerar sus éxitos signos de su belleza interior, los viven como un encubrimiento de su baja estima personal. No pocos me han confesado: “Si la gente supiera lo que hay en lo más profundo de mí mismo, dejarían de aplaudirme y alabarme”. Muchos se preguntan: “¿hay alguien que realmente me quiera? ¿a quién le importo?”
Son muchos los que nunca están completamente seguros de que se les quiere tal y como son. Muchos tiene historias terribles que explican el bajo concepto que tienen de sí mismos: historias sobre padres que no les dieron lo que necesitaban, sobre profesores que les maltrataron, sobre amigos que los traicionaron, sobre una Iglesia que les dejó en un momento crítico de sus vidas.

La parábola del hijo  pródigo es la historia que habla del amor que ya existía antes de cualquier rechazo y que está presente después de que se hayan producido todos los rechazos.
Es el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y madre.
Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado.

Toda la vida y predicación de Jesús estuvo dirigida a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria.

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