Es dar un salto.

Una vez en Roma, adonde había llegado como peregrino, se quitó, por amor a la pobreza, el rico traje que llevaba puesto y cubierto con el de un pobre, se sentó gozoso entre los pobres en el atrio de la iglesia de San Pedro (que era lugar de afluencia de pobres) y teniéndose por uno de ellos, con ellos comió de buena gana.    (de la biografía de Francisco de Asís escrita por Celano)

¿Nunca sentiste que las cosas no podían ser simplemente como siembre las habías sentido? ¿Nunca sentiste que se te abría un abismo en el alma y que empezabas a creer que a lo mejor la vida era de otra manera?
¿Nunca sentiste –como cuando estar por entrar al mar y no terminas de decidirte- que si salías de donde estabas podrías llegar a ver todo de un modo diferente?
¿Nunca te hartaste de tener siempre la razón?

Has cosas que jamás probaremos, simplemente porque no las buscamos nunca y porque nos conformamos con el mundo que conocemos.

Francisco no se conformó nunca, primero por ambición, después por deseo, finalmente por humildad.
Aquella vez – al principio de su conversión- había querido ir a Roma sin saber muy bien para qué (¡por qué diablos tenemos que saber tanto antes… para entonces mover un dedo!) de lo que sí estaba seguro era de que aquello tenía que ver con todo lo que le estaba pasando y con lo que empezaba a intuir como FE.

Como tantos otros fue a visitar la tumba de san Pedro, el amigo de Jesús que algunos prefieren llamar el Príncipe de los Apóstoles (aquellos que antes que nada fueron amigos de Jesús).

Y allí mismo, donde menos se lo pensaba, se atrevió a dar un salto de esos que le demostraban que en la misma vida había posibilidades que nos exploramos nunca y que podrían cambiarnos para siempre.

Movido por el mismo impulso que lo llevó a Roma (sin saber muy bien para qué) cambió sus vestidos...

C. M. Ruiz

COMO LO HABÍA HECHO, YA HACE TIEMPO... UN TAL JESÚS DE NAZARET.

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