Es una mirada.

MI VOCACIÓN ES EL AMOR  - Jean Lafrance -

TERESA DESCUBRE LA MISERICORDIA

En el capitulo precedente hemos dejado a Teresa enfrentada con una oración ardua en la que aprende progresivamente a amar a Dios por él y sólo por él. Hoy la encontramos en la víspera de su profesión después de dos años y medio de vida religiosa.

Nos cuenta cómo ha pasado su retiro de profesión. Y primero precisa el fin, antes de describir la geografía de su itinerario espiritual.

1. En la cima de la montaña del amor
 “Pero es necesario que la pequeña solitaria os comunique el itinerario de su viaje. Hélo aquí : Antes de partir, parece haberle preguntado su Prometido a qué país quería ir y qué ruta quería seguir. La pequeña prometida le contestó que no tenía más que un deseo, el de alcanzar la cumbre de la montaña del amor” (carta a sor Ines de Jesús durante el retiro de su profesión, 23 septiembre 1890).

No hay ningún equívoco sobre el deseo de Teresa; apunta a la cima del amor, es decir, al don de sí misma incondicionado ala Amor misericordioso que se ha desvelado en ella. Pero los caminos que llevan a esta cumbre son numerosos. Jesús sabe muy bien que quiere alcanzar la cima, pero Teresa le deja el cuidado de elegir él mismo el camino. Puesto que emprender el camino para él solo, se dejará llevar por los caminos que Jesús gusta recorrer, “¡con tal de que él esté contento, yo estaré colmada de felicidad!”
Por eso, para Teresa el colmo de la alegría es colmar el deseo de Jesús. Se ama de verdad a una persona a partir del momento en que uno no existe va para sí, sino que se está todo entero volcado en él. Es una especie de disolución de la voluntad del hombre en la voluntad de Dios. Y pienso que aquí está la única definición de la oración, de la conversación con Dios: estar-volcado-en otro. Es la imagen del diálogo trinitario en el que Jesús está totalmente volcado en su Padre. Uno de los criterios fundamentales de la oración verdadera es buscar a Dios antes de buscarse a sí mismo. Teresa se expresa de esta manera.

“Entonces Jesús me tomó de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol, al que no llegan ni la lluvia ni el viento. Un subterráneo donde no veo nada más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido.
Ni mi Prometido me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a él, sino que le amo más que a mí misma. ¡Y siento en el fondo de mi corazón que esto es verdad, pues soy más de él que mía!
No veo que avancemos hacia la cumbre de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, sin embargo, me parece que nos acercamos a ella sin saber cómo.
La ruta que sigo no es de ningún consuelo para mí, y no obstante, me trae todos los consuelos, puesto que Jesús es quien la ha escogido y a quien deseo consolar. ¡Sólo a él!"
(Carta a la M. Inés 2? Septiembre 1890).

Siempre Cristo en el centro de la oración de Teresa; importa poco lo que sienta o el túnel sombrío que atraviesa. Lo esencial es amar. Un poco al mismo tiempo, Teresa se abandona y marcha de la mano de Jesús, sin saber bien adónde va. No ve claramente el camino, pero está guiada por la brújula de Jesús. Sabe en quién ha puesto su confianza (2 Tim 1,12). Las expresiones empleadas por Teresa lo indican suficientemente: “yo le amo más que a mí..., deseo consolarle  a él solo..., solo”.
Pero en el fondo de su corazón siente que es la ruta que Jesús quiere para ella: “Siento en el fondo de mi corazón que es verdad, pues soy más suya que mía”.

2. Cantaré...
Desprendida de sí misma, de sus impresiones y de sus asuntos, Teresa puede cantar las Misericordias del Señor. Es verdaderamente humilde porque está fascinada por el rostro de ternura de Dios. Se dice de Moisés que después de haber contemplado la zarza ardiente era el hombre más humilde de la tierra (Un 12,3). No es de extrañar: el que ha visto a Dios no puede ya ocuparse de otra cosa que de cantar su santidad y su misericordia.
Más arriba, Teresa decía que no veía “más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la Faz de su Prometido”. Teresa había escrito un día a Cecilia: “Cuando Jesús lanza su mirada sobre un alma, ésta no puede olvidarse de ella, sino que es preciso que no deje ni un solo instante de mirarle”. Teresa será fiel en conservar su mirada fija en Jesús. Hacia los seis o siete años dijo: “tomé la resolución de no alejar jamás mi alma de la mirada de Jesús”.
Escribe a propósito de su primera comunión:

“Desde hacía mucho tiempo Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido...
Aquel día no era va una mirada, sino una fusión.
Ya no eran dos. Teresa había desaparecido, como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey (MsA F35ro).

SI queremos comprender la oración de alabanza de Teresa debemos detenernos en la oración en torno a estos momentos en los que dice haber entrevisto la mirada misericordiosa de Dios que brilla sobre la santa Faz de Jesús; volveremos sobre ello en el párrafo siguiente. Tiene conciencia de que Dios le ha hecho muchos dones, pero en lugar de apropiárselos, los devuelven al autor de todo don. Pienso que esto es “dar gracias y cantar las misericordias del Señor”.
El verdadero humilde de corazón es aquel que tiene conciencia de haber recibido mucho de Dios, pero que en seguida es fascinado por El. No se detiene sobre sí, se despega fácilmente de su yo y no pierde su tiempo en rumiar sus miserias como sus alegrías. Y por ello, se libera de todas las complicaciones de la vida. Estamos lejos aquí de un complejo de superioridad o de inferioridad que proceden de la misma raíz: poner la mirada en si. Teresa se expresa así:

“Creo que si una florecilla pudiera hablar, contaría con sencillez lo que Dios ha hecho por ella, sin pretender ocultar sus dones. No diría, so pretexto de falsa humildad, que carece de gracia y de aroma, que el sol le ha robado su brillo y que las tormentas le han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de lo contrario.
La flor que va a contar su historia se complace en haber públicas las delicadezas, enteramente gratuitas, de Jesús. Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella” (Ms.A, F3 vo)).

En este sentido, Teresa es la hermana de la Santísima Virgen. Tiene una conciencia aguda de los dones que el Señor le ha hecho, pero lo proclama en un Magnificat eterno: “El Señor hizo en mí maravillas. Santo es su Nombre... su misericordia alcanza de edad en edad a los que le temen”. Teresa, como la Virgen, proclama que sólo Dios es importante, que sus dones son gratuitos y que la única actitud que conviene al hombre es cantar las maravillas del Señor.
En esto realiza de verdad la definición que Pablo da de la vida cristiana: “Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias” (1Tes 5,16-17). En la vida espiritual, la oración continua a la que todos estamos llamados estás vinculada a la acción de gracias continua. La esencia de la vida cristiana-y con mayor razón la vida carmelitana-es cantar las misericordias del Señor; en una palabra, nuestra vida es una liturgia de acción de gracias. El hombre derrama sus fuerzas en libación para dar alegría a Dios y le proclama con todas sus fuerzas.
Teresa está muy en la línea de la liturgia judía que coloca la oración de bendición en el centro del culto: hemos perdido un poco este sentido de la oración de bendición, reduciéndola a las “bendiciones” dadas a las personas y a las cosas. Bendecir a Dios es decir bien de El (bene = bien; dicere = decir), es alegrarse pura y sencillamente de que El existe. Bendecir a Dios es también darle gracias por todo el bien que nos ha hecho (oración de acción de gracias), es también alabarte por todos los dones que está presto a hacernos, con tal de que nosotros le hagamos el obsequio de nuestra súplica (es la oración de intercesión ). Me impresiona cómo hoy los cristianos vuelven a encontrar por instinto esta forma de oración, sobre todo en los grupos de renovación, y todos unánimemente dicen que experimentan el poder de la alabanza.

3. ¿Qué es la misericordia?
Por eso Teresa relata los “beneficio” del Señor, “publica las atenciones gratuitas de Jesús” para con ella. En Teresa no hay el menor reflejo de tener en cuenta sus propios méritos. En otras palabras, juega en la banca del amor donde no hay registro de cuentas.
“Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella” (Ms.A, F3vo).

Antes de continuar nuestro estudio, es bueno preguntarse qué género de amor quiere cantar Teresa. Para ella no se trata de un amor cualquiera, sino de la “sola misericordia de Dios”. Se dice con todas las letras en el texto que acabamos de citar y Teresa definirá así el amor que quiere cantar: “¡Lo propio del amor es abajarse!”
No sucede así siempre en las relaciones humanas.
Cuando amamos a un amigo, por ejemplo, no es inferior a nosotros; muy al contrario, le amamos a causa de las calidades que encontramos en él. Sabemos muy bien que la condescendencia, que es a veces el amor de piedad de aquel que se inclina sobre los miserables, es a menudo peligroso, pues abre la puerta a todas las desviaciones: paternalismo, maternalismo, etc.
Pero cuando Dios ama al hombre, es esencialmente “un amor entre seres desiguales en el que el mayor tiende la mano al más pequeño. Es Dios quien se vincula al hombre y hace posible la reciprocidad del amor” (Conrad de Meester, Les Manis vidés). Y aquí Teresa alcanza una intuición esencialmente bíblica que es la de la misericordia y la ternura de Dios. Yavé es el Dios de ternura y de piedad, lenta a la cólera y lleno de amor. En hebreo no hay palabras abstractas para designar este amor, es una expresión muy concreta, la del seno maternal: las entrañas de misericordia.
En términos bíblicos, este amor se convertirá en la “Hesed” que pide por parte del hombre reconocimiento, acogida y reciprocidad. En el vocabulario neo-testamentario, y más especialmente en san Pablo, se tratará de la gracia (charis). Por eso el ángel Gabriel saluda a María: “Alégrate, llena de gracia”; lo que equivale a decir: “Dios te ha mirado con una intensidad de ternura y de misericordia tal, que su amor te ha hecho amable y graciosa a su ojos”.
Y por eso me permito decir que María tenía el “carisma del Magnificat”, es el carisma de los humilde que cantan las misericordias de Dios con los pequeños y los pobres. Y en este sentido, la oración de María-como la de Teresa-se pone totalmente a la del fariseo del evangelio. Da gracias a Dios porque no es como los demás hombres. María da gracias también porque es diferente los demás, pero por la sencilla razón de que es pobre y pequeña, y en esto alcanza de golpe la oración del publicano.
La única oración capaz de ablandar el corazón de Dios es siempre la del publicano del evangelio. Hay un texto de la liturgia que dice muy bien esto, es la antífona del Magnificat de las segunda vísperas del Común de la virgen: “Alegraos conmigo, vosotros todos los que amáis al Señor, pues en mi pequeñez he agradado al Altísimo”. En latín, el texto es todavía más vigoroso: “ego placui Atissimo cum essem párvula”, “he agradado al Altísimo porque era pequeñita”. Volveremos sobre ello.
María da gracia por haber sido preservada antes de haber contraído el pecado, lo que en palabras de Teresa, es el colmo del perdón. Teresa dirá:

“Si el Señor me hubiera faltado, reconozco que habría podido caer tan bajo como santa Magdalena, y las profundas palabras de nuestro Señor a Simón resuenan con gran dulzura en mi alma...
lo sé: “ Aquel a quien menos se le perdona, menos ama”. Pero sé también que Jesús me ha perdonado a mí más que santa Magdalena, puesto que me ha perdonado provenientemente, impidiéndome caer.
¡Ah, cuánto me gustaría saber explicar mi pensamiento...” (Ms.A, f38Vo ).

Y luego Teresa relata la parábola del médico que quita la piedra del camino por donde tiene que pasar su hijo, sin que éste le vea. Teresa, como María, ha tenido la intuición de ser perdonada antes de haber contraído el pecado y por eso, ellas dos, tienen lo que llamo “carisma del Magnificat”. Por eso se puede decir que Teresa es la hermana de la Virgen, porque es el eco de su voz para los hombres de nuestro tiempo.


Teresa no escribe para instruir, sino para contar las maravillas de Dios y ha comprendido muy pronto que escribía para los pequeños, los pobres y los débiles que no se atreven a tener confianza en Dios.
Por eso, como estaba poseída por la locura de la confianza de la Virgen, ha sentido que debía cantar las misericordias del Señor en el tono del Magnificat.

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