miércoles, 30 de diciembre de 2020

AsoMbradOs por lA peQueñeZ. Lc 2, 22-40

El mundo, como la oscuridad, no se enteró del Dios hecho carne; pero a partir de ese momento TODA HISTORIA HUMANA se volvió un lugar de encuentro.
Toda situación una oportunidad para crecer... para aprender modos y posibilidades nuevas para responder... para vivir con otros.

Permanecer abiertos y fieles al encuentro que aconteció en la navidad será el desafío - dejando que se sigan iluminando nuestros miedos - abrazando nuestras ansiedades - liberándonos de nuestras heridas viejas... que muchas veces nos hacen movernos, nos hacen decir - actuar - reaccionar - de maneras y modos tan distintos al encuentro sucedido.

Recordemos que el estar habitados por la "ternura y la bondad de Dios" no es una realidad que nuestros ojos ven de una... seguiremos necesitando sabernos de camino... y que allí el Espíritu nos enseñe.

Pero si nos dejamos llevar por esa manera de mirar nos seguiremos encontrando con personas que según los criterios dominantes no tienen valor -"no brillan ni llaman la atención"- pero son los que sostienen la esperanza permaneciendo fieles aun en medio de la carencia, de la pérdida y del vacío de los años.

Simeón y Ana son encontrados en la ancianidad... en el vacío que dejan los años; y son llevados a experimentar la alegría que brota de la fidelidad.
POr permanecer fieles se vuelven fecundos.

El anciano Simeón "el que escucha" y la profetiza Ana "la agraciada... la favorecida"... han permanecido en la espera.
Los años con sus achaques y sus pérdidas podrían haber convertido sus vidas en una resignación angustiosa colmada de quejas... podrían haber atado el corazón a esa tristeza que quita hasta las ganas de vivir.

Pero ambos permanecen abiertos... a la espera... cargados de una profunda confianza que los hace abrazar la vida concreta - aun con sus momentos duros - sin que esto los vuelva indiferentes y ciegos a los pequeños y cotidianos detalles... como puede ser una madre son su niño.

Permanecen a la espera con los medios que tienen a su alcance:
Viven al servicio y en oración alrededor del templo... como si la inquietud no los dejase dormir.
No le permiten a los miedos manejar el ritmo de sus vidas... siguen saliendo de sus casas.
Permanecen atentos a los pequeños detalles... se han amigado con la lentitud que imponen los años.
Por eso podrán  abrazar la pequeñez de Dios que viene a ellos en los brazos de María.


Qué difícil se nos hace a nosotros "saber esperar"... "confiar en otro ritmo" que no sea el nuestro.

Como nos cuesta aceptar que todo en nosotros es un aprendizaje... que nos volvemos viejos cuando dejamos de aprender.

Como nos cuesta soltar la impaciencia cuando notamos que algunas cosas tienen que pasar por un lento proceso donde no manejamos los tiempos.

Aun en nuestras relaciones con los demás queremos imponer nuestro ritmo.
Como nos cuesta abrazar la fragilidad que sentimos en nuestras familias o en nuestras comunidades sin pretender cambiar a nadie.

Simeón y Ana... confiados abrazan la dureza de la vida así como es.
NO se adelantan.
No se quejan.
No permanecen fieles porque a ellos se les cumplen las cosas.
Hacen del tiempo una súplica... un servicio.
POr eso son capaces de asombrarse ante la pequeñez.


Aprenderemos a esperar si nos traemos al momento presente; conectándonos con la propia vida, aquí y ahora. Trayendo la mente a la propia casa. 

Aprenderemos a esperar poniendo la vida al servicio de los demás... a los ritmos de los demás.
NO buscando intervenir siempre... aguardando.
No buscando merecer nada... sino agradeciendo siempre.







domingo, 27 de diciembre de 2020

LO QUE HACE SAGRADA LA VIDA... Lc 2, 22-40

Acompañados por la Palabra nos permitimos soltar ciertas interpretaciones aprendidas, donde la familia de Jesús queda reducida a un modelo “casi irreal” que hay que seguir cueste lo que cueste.

Necesitamos para esto recordarnos que el modelo de familia de aquella época es muy diferente al de ahora. La pareja de recién casados compartía la casa del clan al que pertenecía el varón... de ahí que la vida familiar estaba regida por un modelo bien patriarcal.   

Los evangelios, escritos mucho tiempo después de la pascua de Jesús, querrán mostrarnos a través de algunos hechos culturales, que la vida de Jesús – sus palabras y sus gestos- son parte de una tradición aprendida y vivida primero por él… de ahí la presentación de Jesús en el templo cargada de un simbolismo dónde Simeón y Ana hacen de la espera una contante escucha y servicio.

Más allá entonces de las idealizaciones que nos hemos hecho de la familia de Nazaret, podemos decir que Jesús en aquella “familia ampliada” –con aspectos muy diferentes a cómo hoy entendemos la familia- experimento mucho de lo que después predicará… porque nadie se hace solo… para crecer y aprender necesitamos la ayuda de los demás… siempre es que con otros. 

Esto nos ayuda a comprender que no deberíamos poner ninguna institución por encima de las personas…toda institución, aun la familia, tienen que estar siempre al servicio de las personas, de que crezcan en humanidad. De ahí que podemos constatar que las instituciones no son santas, menos sagradas. Cuántas veces queriendo defender las instituciones se sacrifican personas. Es claro que no son las instituciones las que tienen la culpa, sino algunas personas que se aprovechan de ellas para sus intereses mezquinos.

Pero también nos ayuda a comprender que no debemos dejar lado alguna institución porque nos exija esfuerzo.  La vida misma… el crecer con otros… el aprender… el relacionarnos desde nuestra verdad supondrá siempre momentos de mayor esfuerzo y fatiga. Un aprendizaje donde muchas veces tendremos que seguir despojando estos vínculos de todas las exigencias o chantajes que en nombre de la familia se hacen…olvidándose que todo es para el crecimiento de las personas y no para el engrandecimiento o el orgullo de la familia.

Podemos entonces acordar que todos necesitamos a los demás para crecer, para desarrollarnos, para vivir…SOMOS RELACIÓN... de ahí que la familia sigue siendo el lugar privilegiado para esto.

La familia es el lugar insustituible donde se dan esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. 

Los lazos de sangre o de amor natural deben ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado (“lo que importa somos nosotros y los demás que…”), aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigiendo cada día menos y dándose cada día más.

Hoy a muchos les asusta pensar que el “modelo cristiano” de familia está en crisis, como si las crisis fuesen algo raro y extraño y no oportunidades para crecer. Más cuando sabemos que este modelo de familia fue adoptado del mundo romano y sacralizado por los cristianos sin más.

Necesitamos encontrarnos con las familias como están hoy y no como quisiéramos que estén,  ignorando de esa manera su realidad concreta y pretendiendo torcer las cosas hacia lo que nosotros consideramos que está bien… acompañado todo esto de juicios y condenas. 

Todos los vínculos pasan por dificultades… ¿cómo los resolvemos? ¿Qué capacidad tenemos de leer lo que está pasando? ¿Qué límites no se escucharon?, etc… son parte del camino donde seguimos aprendiendo y es también el momento donde aparecen, más de una vez, muchas de nuestras inmadureces por lo que después termina fracasando algún vínculo.

Necesitamos a la luz del modelo de humanidad que nos propone Jesús animarnos a dialogar con todos los vínculos, aun con aquellos que tal vez no responden al modelo cristiano.

Jesús nos anuncia un modo de relación que surge del contacto con nuestra verdadera identidad… a eso llama “haber creído en él y en Aquel que lo envió” y este modo no está asociado a ninguna institución. Entonces, ¿podríamos decir que,  cualquier institución que permita estos modos de relación pueden llamarse “cristianas”?

Cuántos de nosotros hemos experimentado o hemos sido testigos de situaciones muy dolorosas al interior de las familias. Cuántas se siguen sosteniendo por una cierta conveniencia económica o por los “chicos” en medio de un clima que enferma a todos. O cuántas personas están sometidas a situaciones de violencia – a la ausencia de un mínimo de humanidad- por estar obligadas a vivir juntas o por miedo a quedar solas en la vida. 

La ausencia de humanidad es ausencia de Dios… lo que hace nulo directamente cualquier vínculo… desnudando lo que llamamos amor.

Y solo el amor humano es sacramento de Dios, siempre y cuando exprese, de alguna manera, los modos de Jesús.


LO QUE HACE SAGRADA LA VIDA, COMO UNA RELACIÓN, ES LA CALIDEZ HUMANA CON LA QUE VIVEN Y TRATAN A LOS DEMÁS.


viernes, 25 de diciembre de 2020

Cada día ha sido NAVIDAD...Jn 1, 1-18


Las palabras del evangelio nos hablan de como la Palabra -Dios, dónde no hay ayer, ni hoy ni mañana- se hace TIEMPO.
El que ni lo cielos pueden contener, cambio de lugar... "puso su tienda entre nosotros".

PARA invitarnos a descubrir que Dios siempre ha tenido ROSTRO... ahora se llama JESÚS... y ahora está acostado en un pesebre... siendo uno con toda humanidad pobre y necesitada, como siempre lo ha sido.
Por eso no será entonces en nuestras buenas intenciones o buenos deseos dónde la vida se nos juegue... sino en la capacidad de mirar... de dejarse encontrar... será en las manos abiertas... en el corazón atento y disponible.
"Lo que hiciste al más pequeños de mis hermanos,
a mí me lo hiciste..."


La NAVIDAD es una invitación a mirar, en medio de toda oscuridad, hacía abajo, hacia dentro de toda humanidad... descubriendo de que este modo de ser -de actuar- de hablar de Dios en Jesús, es la PALABRA definitiva dada por Dios para que aprendamos lo que significa, y donde encontrar, VIDA VERDADERA.

La ENCARNACIÓN nos regala entonces una clave preciosa desde donde leer este año marcado por la oscuridad de un virus que por momentos nos dejó en el miedo, en la incertidumbre, en la inquietud.... 

¿Qué nació en nosotros en este largo ADVIENTO?
¿Hacía donde caminamos nosotros en este adviento, en esta larga noche de miedo y espera? 
¿Qué estuvimos buscando? ¿hacía donde miramos...? 
¿Dónde encontramos vida?.

Dios haciéndose tiempo nos descubrió que no hay tiempos mejores o peores... no hay nada que pueda impedirnos vivir en clave de Reino -en clave de escucha, de atención, de servicio,  de perdón, etc-
Que podamos tener la capacidad de dar gracias hoy, por los muchos nacimientos de Jesús -de sus modos- en cada uno de nosotros y en los demás.

"Dios despojado de todo"
... es la LUZ que nos llegó en medio de la noche de este año, desnudando las caretas con las que vivíamos, y también los sentimientos de superioridad con respecto a los demás.
Un anuncio que invita a encontrar a Dios en medio de un pesebre pobre y lleno de olores... rompió con los prejuicios y el chisme con el que nos acercamos a los demás.
Un Dios "envuelto en pañales"... una humanidad atada por la pandemia... desnudó nuestra falta de empatía y nuestra indiferencia con la que vivíamos y que justamente eso es lo que nos estaba enfermando.

Unos pastores, una pobre gente, es la primera que se acerca... nos descubrió quiénes fueron los primeros en acercarse a los sufridos de este tiempo... que no siempre fueron los que se definen por su rol, o por su título o por la función que cumplen.

Dios despojado de todo nos mostro lo más genuino de su corazón... una humanidad despojada de toda seguridad también.
Nuestra humanidad alcanzada por la debilidad, hizo NAVIDAD en cada gesto donde la mirada del otro, la vida del otro -su sufrimiento y su debilidad- fueron el centro de la atención, de la contención y del servicio.

Pero sabemos que no ha sido fácil... que no es fácil... dejar que nuestra vida... toda ella, sea navidad... exprese Jesús. Esto supone el esfuerzo de caminar hacía el propio pesebre donde junto a lo más precioso que llevamos dentro, también se encuentra lo que reprimimos... lo que no aceptamos... lo que sentimos no reconciliado... lo que rechazamos de nosotros mismos... nuestras desvalorizaciones... lo que consideramos perdido y errado... nuestros miedos... lo que experimentamos como oscuro y como fango... nuestro pecado...




Hoy nos vuelven a anunciar que TODO PUEDE ESTAR.
Que así como el establo que no tenía puertas ni ventanas con que defenderse del frío o del calor.
TODO PUEDE ABRIRSE.


NAVIDAD es también dejar el miedo de mirar lo oculto de nuestras vidas... 
Es permitirle a Jesús que desde dentro, con nosotros... haciendo camino... nos descubra una mirada nueva o un sentido nuevo a eso que percibimos que traba la vida... y nos hace quejosos, pocos tiernos con los demás.

La oscuridad -con sus compañeras de viaje como son el miedo y la incertidumbre... la impaciencia y el desgano...- pueden endurecernos -bloqueando la compasión-; y pueden encerrarnos de tal manera que todo, lo de adentro y lo de afuera, lo sintamos como amenaza... 

PERO ES INCREÍBLE EL ESPACIO QUE SE LIBERA
CUÁNDO NOS DEJAMOS DE DEFENDER 
Y CUÁNDO NOS DEJAMOS DE OCULTAR.

Demos gracias... sencillamente aceptemos... que un establo como el nuestro celebro a lo largo del año muchas navidades...
Demos gracias por habernos encontrado rescatando vida de la mano de Jesús... tratando a toda humanidad como un lugar sagrado.

La NAVIDAD... no es un tiempo... es la vida cuando se desbloquea... cuando se abre a la ternura... cuando se deja llevar por la compasión... cuando se convierte en servicio a los demás.

CADA DÍA ENTONCES ES NAVIDAD.


domingo, 13 de diciembre de 2020

AleGría, un CamiNo a travÉs del dEsierTo. Jn 1, 6-8, 19-28

"ALÉGRENSE... Estén siempre ALEGRES."  1Tes 5,16
Al acercarse la Noche Buena somos invitados a experimentar en nosotros una ALEGRÍA que no se identifica con la satisfacción de todas nuestras necesidades o tal vez con la ausencia de conflictos... o con la ausencia de situaciones difíciles como las que estamos atravesando.
ALÉGRENSE!!!
Para hacer experiencia de lo que se nos está invitando habrá que ponerse en camino hacia Belén (podríamos decir)... hacia los lugares propios y de los demás donde la fragilidad se encuentra.
Allí,  como frente a la pequeñez del Niño de Belén, frente a la pobreza y humildad del lugar, nuestras vidas serán despojadas de las ansias de poder... del querer aparentar... como así también de ese deseo posesivo que enferma todas las relaciones humanas... y tal vez podremos aprender a mirar de otra manera, descubriendo que es lo esencial en la vida y que nos acerca la experiencia de la alegría verdadera.
ALÉGRENSE!!!
Hacer experiencia de esa alegría que permanece, a la que somos invitados, no puede entonces resultar de los parches con que intentamos conservarla; como son el comprar cada vez más cosas o dejarnos llevar por la sola búsqueda de placer.
Esa alegría no podrá nacer sólo de nosotros ni dependerá de nuestros esfuerzos. 
NO PUEDE DEPENDER DEL AFUERA.

Tal vez será un  constante camino en donde hemos de ejercitarnos en la paciencia -de quienes confían en que los procesos de transformación son lentos-  y en la renuncia -de quienes aferrados a una promesa -"Dios en nosotros"- confían que lo que más ansían llegará no por los caminos que tal vez hubiesen querido.

Hacer experiencia de esta ALEGRÍA que permanece independientemente del afuera, será caminar hacia donde sabemos que somos sostenidos... será un camino hacía dentro... hacia donde están nuestras verdades; desde la cuales entonces, podremos responder a lo que nos pase sin que esto nos desanime ni nos vuelva tremendamente pesimistas y rígidos.

Pero el gran conflicto es que seguimos identificando lo que somos - o  nos seguimos valorando y aceptando - según una medida rígida y estrecha que viene de fuera... o que viene tal vez de nuestras propias heridas... o de nuestro ego que busca incansablemente sentirse en el centro.

JESÚS ES 
NUESTRA ALEGRÍA!!!

¿A qué sabe la alegría de quienes entregaron toda su fe a caminar en sus huellas...?


¿Quiénes podrían explicarnos lo que se vive cuando se está en contacto con el propio corazón?

Cuando el corazón está satisfecho... ni una VOZ en medio del desierto puede asombrar.
Es como si el evangelio nos mostrará -en este contexto de Alegría- como fueron los inicios del acostumbrarse de Dios a nosotros... y nosotros a Dios.

La duda y la indiferencia... la búsqueda de pruebas... la reacción frente a la inseguridad que despierta la presencia del otro... el que otros vayan y pregunten... actitudes y gestos que aparecen en el evangelio de hoy, son parte también de nuestros propios caminos y opciones frente a la vida... frente a la fe.

Como a los hombres del evangelio -no como los fariseos y escribas- nosotros también necesitamos seguir buscando alternativas a las cosas que vivimos hoy.
Y eso significará dejarnos interpelar... y no pasar por las situaciones de la vida como si fueran meras atracciones como lo hicieron tal vez aquellos hombres que fueron a ver a Juan.

Será necesario, como Juan, entrar en contacto con nuestra verdad que no necesita de nada para decir quién es... y es libre para despojarse hasta de la necesidad de que las cosas cambien con él.

Juan, revestido de los  "no soy" - es decir, haciéndose cargo de la propia verdad y debilidad- anuncia la llegada del "más fuerte"... de Aquel que bautizará "en el Espíritu Santo".

Necesitamos como Juan encontrar alegría al despojarnos de tantos protagonismos con los que andamos en la vida...
Juan anuncia que Otro -el que viene detrás de él- es el verdadero protagonista de esta historia haciendo presente a Dios en la manera de estar... en el modo de amar.

Y el desierto -los vacíos, los despojos y silencios provocados por la vida- serán el camino que el anuncio encontrará, para llegar al corazón... para hacernos el gran regalo de una alegría que no se identifica con esto o con aquello... pero que viene de la mano de nuestra verdad.

Más de una vez nos encontraremos con la necesidad de reencontrarnos con el sentido que le queremos dar la vida... sobre todo cuando se nos presenten la dificultad o la duda o el miedo... y es justamente allí, cuando nuestras fuerzas no alcancen, cuando podremos percibir que Alguien más está en nuestra vida regalándonos esa verdadera experiencia de alegría.


lunes, 7 de diciembre de 2020

ComiEnzo de la BuenA NotiCia de JESÚS. Mc 1, 1-8

Como si hubiese encontrado algo de mucho valor... y lejos de querer darnos una doctrina o un conjunto de normas... Marcos nos anuncia una ALEGRE NOTICIA.
Una historia que afecta a la vida... y por ende a la fe.
Una historia... un rostro... un nombre.
JESÚS.

De Jesús es la "buena noticia" y al mismo tiempo, él mismo es la "buena noticia".
JESÚS ES BUENA NOTICIA.

Si JESÚS ES BUENA NOTICIA significa que es siempre novedad; de ahí que su vida, su palabra será siempre principio... comienzo de camino... posibilidad de recomenzar siempre.

CON JESÚS SE TENDRÁ SIEMPRE LA SENSACIÓN 
DE ESTAR COMENZANDO. SIEMPRE.

Pero, ¿será Jesús buena noticia para nuestras vidas?
¿Será Jesús una alternativa para nuestras vidas?
¿Será Jesús una relación que va tocando todos los aspectos de nuestra vida?
¿O sigue siendo una costumbre... o un conjunto de normas a cumplir... o algo que hemos recibido como herencia familiar?

Y es una "buena noticia" que no viene bajo los rasgos del poder que busca dominar, imponer y amenazar, sino bajo los rasgos de la debilidad, de la derrota y de la pobreza... 
Se presentará siempre como una "alternativa de vida" bajo los rasgos de una vida gastada en favor de los demás... de un amor "sin límites", dispuesto a no correrse jamás.
TODO ESTO ES BUENA NOTICIA.
Y tal vez ésta sea la novedad.
 

Y entre lo antiguo y lo nuevo aparece "Juan, el Bautista" como punto de contacto convirtiéndose en TESTIGO de lo viejo y de lo nuevo.

Hacía tiempo que la palabra de Dios no resonaba en medio de su pueblo.
De allí el anuncio en el DESIERTO como imagen de la ausencia y del vacío creados por la indiferencia y por la dispersión en tantas cosas que nos distraen de lo esencial..
Ausencia y vacío que aparecen detrás de esa obsesión -muchas veces desconocida- por mantener un personaje; estando lejos de nosotros mismos.
Ausencia y vacío generado por nosotros mismos cuando solo nos mueve la satisfacción de nuestras necesidades; haciendo que nuestras heridas se profundicen. 
Ausencia y vacío generado en tantos otros por la injusticia y la indiferencia con la que vivimos.

Ausencia y vacío que se convierten por la presencia de Juan en una posibilidad de escucha... de que algo nuevo puede nacer.
Es como si Dios le hubiese cambiado el laburo a todas las situaciones que limitan y oscurecen la vida.

Lo que nos hace ponernos en contacto con el desierto nos invita a "cambiar la manera de pensar" (conversión)... a dejar de creernos en el centro de todos y de todas las cosas...
La ausencia y el vacío se convierten entonces en una oportunidad para reorientar la vida hacía Aquel que solo puede darle un verdadero sentido.

JUAN EN EL DESIERTO CREA UNA ESPERA.
ALGO NUEVO ESTÁ POR NACER.
Pero nuestra ansiedad e impaciencia son tan fuertes a veces… que no nos bancamos la espera… y buscamos calmar el vacío que nos produjo el límite repitiendo hábitos que no hacen más que dejarnos más vacíos y más solos. 

Necesitamos recuperar el sentido del silencio y del desierto como lugar de encuentro... como espacio de comunión.
Necesitamos recuperar el coraje de la soledad como escuela para relacionarnos en verdad con los demás.

QUIÉN NO SABE ESTAR SOLO CONSIGO MISMO
NO SABRÁ ESTAR BIEN CON LOS DEMÁS...
SIN MÁSCARAS, SIN ROLES, SIN DEMANDAS, SIN BÚSQUEDAS EGOÍSTAS.

En el silencio las palabras se limpian de las costumbres... recobran su significado original.

En el silencio nos conocemos a nosotros mismos...

En el silencio nos despojamos de buscar siempre la atención... en el anuncio de Juan la atención la debe tener "el que viene detrás de mí".

POdemos recibir la invitación del profeta Isaías a "preparar los caminos"... sabiéndose frágiles y sostenidos.
Podemos "allanar senderos"... dejando la presunción -el creernos perfectos y fuertes- que oscurece la vida y el modo de relacionarnos con los demás.
POdemos abrazar la miseria como posibilidad para que la "fuerza de Dios" se transparente.

Pero cómo aquella gente que salían de las ciudades para ir al encuentro de Juan... también nosotros necesitaremos abandonar la ciudad de las situaciones cómodas... la ciudad de las costumbres y de los hábitos que nos hacen vivir en automático.

Necesitaremos salir de la ciudad de las estructuras que tranquilizan y vivir la experiencia de la intemperie... de lo no seguro...
PARA HACER DE NUESTRA VIDA
UN ESPACIO DE ESPERA.
UN ESPACIO DE ESCUCHA.
UN ESPACIO DE ENCUENTRO.

eN el silencio del desierto, Dios nos espera.
En la fragilidad de nuestra carne, Dios nos elige.
Se hace camino para nosotros...
Siempre comenzando.