Es sabernos buscados.

Martini C.  “Un Dios que nos busca” (del libro "El Itinerario del Discípulo")

¿Quién es este Dios que nos hace llegar su invitación a convertirnos?
Dios es el Amor misericordioso y sólo un Dios Misericordioso puede hacernos llegar su invitación a convertirnos.

Es necesario hacer que los hombres conozcan a Dios, no como un padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos, sino como un padre bueno que busca por todos los medios la manera de confortarles, ayudarles y hacerles felices y que les sigue y les busca con amor incansable, como si no pudiese ser feliz sin ellos.

«Les sigue y les busca con amor incansable». Lo que nos recuerda las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas, que presentan la búsqueda de otras tantas cosas extraviadas: una oveja, una moneda y un hijo.

En esta meditación tengamos presentes dos cosas: a) que Dios nos persigue como misericordia; y b) que si nosotros estamos aquí haciendo esta meditación, es porque Dios nos ha buscado, nos ha perseguido; porque hemos sido y seguimos siendo objeto de su atención misericordiosa.

Por eso, al meditar sobre la misericordia de Dios, meditamos sobre nosotros mismos, que somos buscados actualmente por Él con ansia y con intensidad, por todo cuanto de nosotros se ha perdido y extraviado, por todo cuanto de nosotros se ha introducido entre las rendijas del pavimento y no recibe la luz.

Los temas más recurrentes que quiero subrayar pueden ser los siguientes:
a) la opinión corriente sobre Dios, de la que parte la enseñanza de Jesús;
b) la pérdida: ¿qué se pierde?;
c) la búsqueda;
d) la acogida;
e) ¿cuál es el objeto de esa búsqueda?

En primer lugar, la opinión corriente sobre Dios,  un Dios defensor del orden y de la ley, guardián celoso de la justicia, con el que no cuadra la idea de andar corriendo detrás de quienes se ponen fuera de la ley y de la justicia, de las personas insignificantes que se apartan del camino regio; un Dios que ordena a su pueblo., a su obra, lanzarse hacia adelante con decisión, con determinación, pero que no anda corriendo, de acá para allá, detrás de todo el que se extravía; un Dios al que le importa ente todo la observancia y le desagrada especialmente la trasgresión....  Un Dios Padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos y, por tanto, irritado por esa ingratitud, revuelto, preocupado; un Dios al que hay que aplacar constantemente por tanta ingratitud de la que es objeto. La parábola nos quiere decir otra cosa…
Es muy oportuno que en la oración le hagamos al Señor y nos hagamos a nosotros mismos esta pregunta: «¿Qué imagen tengo yo de Ti, Señor? ¿Qué imagen tengo de mi mismo? ¿Cómo te siento, Señor y Padre mío?».

Pidamos al Señor humildemente que nos dé un verdadero y limpio conocimiento interno de Él, porque es precisamente ese conocimiento el que nos falta y el que, en cualquier caso, siempre descubre cosas nuevas y tiene nuevas posibilidades de expresarse de un modo más veraz.
¿Quién es el Dios que nos describe Jesús? Podríamos decir, con una expresión que puede parecer casi blasfema y excesiva, que es un Dios que ha perdido la cabeza, que corre detrás de personas insignificantes, que hace cosas un tanto extra¬ñas...
Jesús se comportó como una persona que parece dejar de lado las cosas importantes para correr detrás de cualquiera que se extravíe. La suya es una forma de ver las cosas increíblemente humana, o sea, increíblemente capaz de apasionarse por éste o por aquél: por todos.
En esta línea pueden moverse nuestras reflexiones sobre estas tres parábolas.

Segunda idea: la pérdida. Es la palabra recurrente en las tres parábolas: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido» (v. 6); y la mujer dice: «He hallado la dracma que había perdido» (v. 9); y el padre concluye: «Este hermano tuyo estaba perdido y ha sido hallado» (v. 32). Quiero subrayar aquí un aspecto que me llama poderosamente la atención: ¿qué se ha perdido cuantitativamente? En realidad, no mucho: una sola oveja entre cien; una dracma entre diez; un hijo entre dos.
La parábola afirma que sólo se trata de una parte, y de una parte mínima; pero la propia parábola insiste en que eso es suficiente. Dios aparece aquí no tanto como aquel que cuida de su pueblo en general, sino como aquel que se preocupa incluso de uno solo que se ha extraviado; parece que no le interesa tanto el rebaño como una oveja del rebaño; ni siquiera una debe perderse; incluso una sola tiene para el pastor un enorme valor.

Tercera reflexión: a la pérdida sucede la búsqueda. Ya hemos visto cómo se hace hincapié en la búsqueda del pastor, que deja las otras noventa y nueve en el desierto y se pone a caminar en busca de la oveja perdida, hasta que la encuentra. Es una búsqueda continua, atenta. Podemos contemplar todas esas búsquedas, y después decirnos a nosotros mismos en la fe: «Así es Dios para mí; así me busca Dios ahora; así soy yo objeto de la atención, la llamada y las caminatas del Señor por valles y monta¬ñas, por las quebradas del desierto, para llamarme; del Señor que barre la casa, que busca en las grietas para ver dónde hay aunque sólo sea una parte de mí que no resulta visible si Él no la ilumina con su lámpara; así es el Señor que corre a mi encuentro y se anticipa incluso antes de que yo pueda decir nada, hacer¬le señas, llamarle».
A esta búsqueda sigue la acogida, «¡Alegraos!»; hay una invitación y un alegrarse en común. Todo esto subraya la intensa participación con que se ha realizado la búsqueda y, por tanto, el júbilo que sucede al hallazgo «les sigue, les busca con amor incansable, como si no pudiese ser feliz sin ellos».

Debemos saborear en nuestra reflexión esta realidad de Dios, que es el Dios que en este momento nos tiene cerca de sí y busca incansablemente esa parte de nosotros que no está aún iluminada por su verdad, que sigue resistiéndose de un modo u otro a su acción rehabilitadora; porque esta acogida, no es sólo una acogida alegre, gozosa, sino una verdadera rehabilitación.

Como contrapunto a esta acogida, podemos meditar también en la figura de quien no sabe acoger; los fariseos y los escribas, el hijo mayor… Todas estas ideas que se nos ocurren muestran quienes somos y cuán difícil nos resulta comprender la extraordinaria riqueza del poder, la misericordia y la caridad de Dios para con nosotros; su capacidad de inspirarnos confianza, de rehabilitarnos, de poner en nuestras manos, casi irresponsablemente; sus cosas más preciosas sin habernos sometido previamente a ningún examen riguroso.

Agradezcamos, pues, en nuestra oración el hecho de que el Señor esté dispuesto a perder el tiempo con nosotros, con uno solo de nosotros; más aún,. hecho de que ya lo haya perdido, porque, en realidad, si estamos aquí, es porque el Señor nos ha dado su tiempo y nos lo sigue dando.
Y no olvidemos que Dios se ocupa de todos, incluidas las personas que a nosotros no nos interesan; quizá no se trate precisamente de pecadores o de publícanos, pero sí de personas a las que no damos…

“No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a la conversión a los justos, sino a  los pecadores”.

Este mensaje sólo podemos entenderlo en la medida en que nosotros mismos nos sintamos llamados por Jesús…
Dejémonos buscar, dejémonos liberar, dejémonos rehabilitar por Dios.

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