Sexto día: MIRAR AL HERMANO FRANCISCO

Vamos a detener nuestro corazón y nuestra mirada en quienes han vivido esta espera del Señor y han sabido recibirlo y darle espacio en sus vidas hasta que Jesús fue todo en ellos, lo único importante… 

Vamos a acercarnos al corazón de nuestro hermano Francisco, pidiéndole que nos enseñe a experimentar el mismo asombro y la misma disponibilidad cuando, de pie delante el pesebre, contemplo la “pobreza y el desvalimiento” del aquel Niño y la de su Madre.
Francisco descubre que, en el pesebre de Belén, la simplicidad es honrada, la pobreza es enaltecida y la humildad es valorada… la noche resplandece como el día y todos cantan himnos de júbilo y alegría.

-ante la imagen de Francisco de Asís encendemos una pequeña velita-

Francisco tenía tan presente en su memoria la humildad de la Encarnación que raramente quería pensar en otra cosa. Besaba con mucho cariño las imágenes del Niño de Belén y el nombre de Jesús era como un panal de miel en su boca. Por eso durante los últimos tres años de su vida quiso recordar y celebrar con devoción el día del nacimiento de Jesús.
Pidamos experimentar en nuestro corazón la misma ternura.

A cada oración nos unimos diciendo:
HERMANO FRANCISCO, QUEREMOS UN CORAZÓN SIMPLE CÓMO EL TUYO.

Para no desear otra cosa sino llevar a Jesús en nosotros, en nuestras palabras, en nuestras miradas, en nuestras manos, en nuestro corazón…
Para que vivamos esta Navidad como la “fiesta de las fiestas” en la que Dios nos vuelve a contagiar de humildad…
Para que los gestos y las tradiciones de la Navidad nos sirvan para comprender más profundamente el sentido de este misterio…
Para que todo lo que preparamos en comunidad para celebrar esta Navidad nos ayude a vivir este tiempo con ilusión y esperanza…
Para que el espíritu de oración, de intimidad y encuentro con el Señor en la Eucaristía no sea reemplazado por tantas actividades, compromisos y preocupaciones…

Rezamos juntos.
-Salmo 14 del Oficio de la Pasión de Francisco de Asís-

TE ALABARÉ SEÑOR, PADRE SANTÍSIMO,
REY DEL CIELO Y DE LA TIERRA,
PORQUE ME HAS CONSOLADO.

TÚ ERES MI DIOS SALVADOR;
ACTUARÉ CON CONFIANZA Y NO TEMERÉ.
EL SEÑOR ES MI FUERZA Y MI ALABANZA,
Y SE HA HECHO MI SALVACIÓN.

QUE LO VEAN LOS POBRES Y SE ALEGREN;
BUSQUEN A DIOS Y VIVIRÁ VUESTRA ALMA.
QUE LO ALABE EL CIELO Y LA TIERRA,
EL MAR Y CUANTO EN ELLOS SE MUEVE.

PORQUE DIOS SALVARÁ A SIÓN
Y SE REEDIFICARÁN LAS CIUDADES DE JUDÁ.
Y HABITARÁN ALLÍ, Y LA ADQUIRIRÁN EN HERENCIA.
Y EL LINAJE DE SUS SIERVOS LA POSEERÁ
Y LOS QUE AMAN SU NOMBRE HABITARÁN EN ELLA.

Oración final.
Te pedimos Padre, que del mismo modo que inspiraste en Francisco esa devoción y admiración por la humildad revelada en el Niño Jesús reclinado en los brazos de su Madre pobre, también nosotros –llamados a impregnar las distintas realidades de las que participamos con el espíritu de Francisco- podamos vivenciar esa dulzura y esa misma alegría en nuestros corazones.
Así sea

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