martes, 3 de octubre de 2023

"Más POBRE que un leño seco, más LLENO de sol que el verano."

 

“En cierta ocasión escuché a un viejo, razonable, bueno, perfecto y santo hermano decir: Si oyes la llamada del Espíritu, escúchala y trata de ser santo con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
    Pero, si por humana debilidad, no consigues ser santo, procura entonces ser perfecto con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
    Si, a pesar de todo, no consigues ser perfecto, por culpa de la vanidad de tu vida, intenta entonces ser bueno con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
    Si, con todo, no consigues ser bueno, debido a las insidias del Maligno, trata entonces de ser razonable con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.
    Si, al final, no consigues ser santo, ni perfecto, ni bueno, ni razonable, a causa del peso de tus pecados, procura entonces llevar esta carga delante de Dios y entrega tu vida  a la divina Misericordia.
    Si haces esto sin amargura, con toda humildad y con jovialidad de espíritu, movido por la ternura de Dios, que ama a los ingratos y a los malos, entonces comenzarás a sentir lo que es ser razonable, aprenderás en qué consiste ser bueno, lentamente aspirarás a ser perfecto y, por fin, suspirarás por santo.
    Si haces todo esto día a día, con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, entonces, hermano, te aseguro que estarás en el camino de Francisco de Asís y no te hallarás lejos del Reino de Dios.” 

Celebrar a Francisco de Asís es celebrar lo que Dios hace y quiere hacer en cada uno de nosotros, si nos dejamos llevar. 

Es celebrar como y hasta donde los “modos de Jesús” son capaces de reconciliar, de sanar y de transformar la vida de una persona.

Pero también es volver a caer en la cuenta de que dentro de cada uno de nosotros vive un santo y un demonio. Como en Francisco.

Detrás del Santo se oculta una persona que ha conocido lo oscuro que también hay en el corazón humano, aquellas cosas que nos desgarran: instintos de muerte conviviendo con instintos de vida; impulsos de comunión y donación y pulsiones de egoísmo, de rechazo y de mezquindad; deseos de Dios (de bondad, de verdad, de justicia, de servicio…) junto a todo eso que nos vuelve cómodos, indiferentes, lejanos a los demás… hasta la negación de lo trascendente en nosotros.

Nada de todo esto está ausente en la vida de Francisco. Sería ingenuo y también desconocimiento de sí mismo, creer que la vida de un santo ha sido siempre fácil, risueña.

Si es santo, justamente es porque ha sentido todo esto, pero tal vez no con-sintió con estas fuerzas oscuras; pero no las reprimió (las sintió) y optó haciendo que el proyecto de Jesús trazará un camino para todas ellas. 

Francisco se dejó poseer por la fuerza del deseo que lleva a totalizar la vida, las energías, los afectos. 

Todos llevamos dentro esta fuerza… fuerza que por su propia naturaleza constituye la energía básica de la vida y que se expanden en todas las direcciones.  

Es fuerza que se presta a la construcción como a la destrucción (puede ser ángel o demonio); es fuerza que busca saciar algo que no tiene (carencia-satisfacción), por esa razón podrá ser fuerza que se expresa como entrega, como amor que se abre… o se expresará de manera posesiva, rechazando y usando.

Una vida sin este deseo, sin está fuerza vital será una vida llevada por la apatía –contraria a la pasión- y por la indiferencia –contraria al amor-.

Pero tendremos, como Francisco hacer camino de reconciliación de estos dos polos que no podrán nunca ser destruidos dentro nuestro.

¿Cuáles fueron los caminos por los cuales Francisco se puso en relación con estas fuerzas?
¿Cuál fue el comportamiento que le permitió crecer en la libertad?

Podríamos decir que ante nosotros, como ante Francisco, se presentan dos opciones, dos caminos: el del perfecto (figura de la flecha que orienta y apunta) o la de aquel que abraza sin rechazar (figura del círculo, que engloba e integra).

El primero intenta no escuchar lo que puede llegar a sentir como contrario a lo que ansía vivir. Trata de “demonio” lo que siente como “malo”. 

Existe el riesgo de reprimir lo que no entra en los moldes de lo que llama “perfección”. Y esto no significa que las fuerzas negadas desaparezcan o dejen de existir. Cree controlarlas pero están presentes pero negadas. Y tironean la vida haciéndola insoportable y volviéndola rígida y dura, como sin corazón (sin ternura).

El segundo, sin saberlo tal vez, fue el camino de Francisco. Es capaz de abrazar todo cuanto se experimenta a partir de una intuición que se percibe como esencial. No reprime nada… no le teme a sus pasiones… se anima a dialogar con ellas. 

Y al no condenar ni tratarlas con violencia, lo negativo pierde fuerza y se va de a poco comportando como una fiera domesticada. Y se rompe con el deseo de controlar… dando paso a gestos de una profunda ternura.

La razón y el control nos acartonan… y tras el pretexto de “querer hacer las cosas bien” se deshumanizan las relaciones con los demás. .es capaz entonces de romper con lo razonable… con el deseo de control… 

Francisco fue capaz de sentir y vivir un amor tierno porque antes se encontró con lo oscuro del propio corazón; porque si se niega una, se pierde la otra. 

Y supo por experiencia que este abrazo que integra es un camino con muchas idas y venidas, ascensos y caídas, renuncias y reconquistas. Supo que la presencia de esa oscuridad que divide es un duro golpe contra el “Yo” que busca afirmarse, que no quiere reconocer su parte negativa, sino que busca ocultarla e incluso negarla.

Cuando se considera “gusanito pecador” está justamente hablando de esas zonas donde habitan “los lobos” que precisan continuamente diálogo “sin juicio ni condenas”… diálogo con tiempo para integrarlos… 

Y allí se experimentó liberado…

¿Cómo domesticar las cuestiones que a nosotros nos afligen? Es más que elaborar unas teorías. Significa hacer camino que debe ser andado día a día sin esa falsa ilusión de que algún día desaparecerán. Y justamente porque no desaparecen, nos enojamos… nos desalentamos y abandonamos la búsqueda.

Lo más curioso, en Francisco, es que la conciencia de lo negativo no fue acompañada en él, como suele suceder, por un sentimiento de tristeza y de amargura, sino de una profunda alegría.

Alegría nacida de una profunda experiencia de la Misericordia de Dios.
Misericordia que significa el amor compasivo y tierno de Dios, que es infinitamente más grande que todas nuestras debilidades (aún de nuestro pecado).

MISERICORDIA QUE SIGNIFICA QUE DIOS ES MÁS GRANDE QUE NUESTRO CORAZÓN.

La consecuencia es que todo en nosotros puede ser también camino de encuentro.

Francisco tiene experiencia de que nada, jamás, podrá impedir que Dios lo siga amando. De ahí que las relaciones entre hermanos deberían expresar esa misma misericordia sin límites.

Aceptar lo sombrío –lo oscuro- de los hermanos es expresión de la aceptación de las propias sombras.

Francisco comprende que esto hace más humana la vida y al mismo tiempo rompe con todo fariseísmo y distanciamiento, que son como barreras que ponemos ante lo negativo.

Francisco dice sobre la “perfecta alegría” o la “perfecta libertad”:


FLORECILLAS, cap. VIII 

Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Ángeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante , y le habló así: ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.

Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez: ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. 

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza: ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte: ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte: ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta. Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó: Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta. Y San Francisco le respondió:

Si, cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: "¿Quiénes sois vosotros?" Y nosotros le decimos: "Somos dos de vuestros hermanos". Y él dice: "¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!" Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe ¡oh hermano León! que aquí hay alegría perfecta. 

Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: "¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!" Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. 

Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: "¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido". Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. 

Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de El, por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? 
Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo. 
A él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Queda claro que la perfecta alegría no tiene que ver con todo lo positivo que podamos tener o por más religiosos que seamos, sino en la negatividad asumida con amor.

La perfecta alegría o la perfecta libertad no consisten en ser un gran santo, ni un sanador portentoso, ni un sabio genial, ni un misionero capaz de convertir a todos los infieles, sino en aceptar lo que la vida tiene de conflicto, de ruptura, de contra tiempo, de crisis… 

Consiste en recibir eso que llega, dejando de renegar… creciendo con eso que viene a nosotros bajo muchos ropajes (rechazos, indiferencias, no ser reconocidos, dudas, críticas, murmuraciones, juicios, proyectos frustrados, etc) que pueden desalentarnos y hacer que abandonemos aun lo que creíamos o lo que estábamos haciendo por los demás.

La perfecta alegría o la libertad perfecta provienen de un amor tan intenso que no sólo es capaz de soportar, sino de amar y abrazar alegremente la propia negatividad. 

Quién vive desde aquí es verdaderamente libre, pues nada lo vive como amenaza… y por ende nada transforma su actitud en amargura. Se sabe libre porque se posee totalmente a sí mismo y se sabe en las manos de Alguien que es más grande que su propio corazón.