jueves, 28 de marzo de 2024

“Ustedes serán felices si hacen lo mismo” Jn 13, 1-13

Alrededor de una mesa de amigos, en una cena que tiene sabor a despedida, dónde sólo hay tiempo para lo importante…para lo que cuenta…  
Jesús, cómo lo ha hecho desde el primer día que estuvo con ellos se pone a servirlos; y lo hace realizando un gesto que vuelve a desconcertarlos y a dejar sin sentido lo que creen acerca de Dios.

Jesús encuentra a sus discípulos allí dónde están, con sus expectativas, deseos y búsquedas, con sus creencias; y los conducirá a través de sus gestos -a través de su propio cuerpo abierto y entregado- a celebrar su pascua.

Por eso sentarse a esta mesa es hacer pascua con Jesús, es decir, dar un paso rompiendo con esa omnipotencia –y con todos esos otros atributos- que le seguimos poniendo a Dios y descender hacia abajo, hacía los pies de toda existencia humana dónde ahora se encuentra.

En Jesús, las manos de Dios se han hecho vacías de poder y de toda forma de sometimiento, se han hecho cercanas y entrañablemente liberadoras de todo miedo... de toda culpa… de todo aquello que tenga la pretensión de alejarnos de lo que somos en verdad.

Jesús al ponerse a lavar los pies realiza un gesto repulsivo para los judíos… un gesto considerado impuro que sólo lo realizaban los esclavos extranjeros. Hacerlo era quedar impuro, de ahí el escándalo de Pedro.
Pedro sigue creyendo que Dios no puede estar mezclado con nuestra humanidad tan hecha de tierra –opaca, oscura, molesta, quebradiza-. Pedro sigue separando y levantando barreras y Dios en ese juego es sólo para unos pocos.

Jesús rompe con ese modo de entender a Dios que te da derechos sobre los cuales afirmarse, para después juzgar, condenar y rechazar a los demás.

Jesús poniéndose a los pies se abaja, se hace nada; y allí Dios se da como el agua que se derrama en los pies de los discípulos… simplemente para seguir siendo el que se da y ser el lugar desde dónde la vida se sostiene y recibe sentido. Y no habrá obstáculo para recibirlo.
 
Esto nos lleva a comprometernos más con nuestra existencia que es Don… que es valiosa… que encontrará un camino de plenitud y de felicidad cuánto más se asuma como Don y cómo Don a los demás.

El pan partido y el vino que se derrama son otro modo de hablar del gesto de Jesús de hacerse vacío –de hacerse nada- para que Dios sea un torrente de vida nueva para toda existencia.
El pan cumple con su misión cuándo alimenta al igual que el vino para saciar la sed… guardarlos para siempre es dañarlos para que no sirvan para nada.


Vivir en clave del pan que se parte y se reparte…en clave de un Dios que se lo encuentra a nuestros pies…en clave de eucaristía es vivir en una profunda acción de gracias por el don de la vida, asumiendo todo cuánto ella trae, porque nadie puede darse si antes no se tiene.
Es dejarse partir por la vida, aun cuando eso suponga dolor y ruptura; teniendo la certeza de que allí se abren brechas –aberturas- por dónde brotará más vida.

Vivir en clave de Jesús es romper con la maldición de la apropiación que en nombre de cualquier cosa separa, excluye y condena.
Es no tener miedo a perder o a sentir vacío o a quedarnos hambrientos -insatisfechos-, situaciones que nos llevan a devorar al otro y no recibirlo como una ocasión de entrega.
Es permitirle al perdón que nos despoje de cuánto se ha quedado agarrado al corazón; de cuánto seguimos reteniendo provocando más enojo, más sufrimiento, más depresión.

Vivir en clave de eucaristía es saber que en cada gesto de reino -de más humanidad-, en dónde somos corridos del centro -despojados, desapropiados, desarmados-, vamos volviendo al lugar de dónde salimos y en dónde siempre estamos. 

La VIDA ha sido hecha como el PAN.
SE LA RECIBE o SE LA ARREBATA.
SE LA ENTREGA o SE LA RETIENE.

Allí dónde recibimos más vida es dónde también se muere.
SOMOS PARA DARNOS.

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