lunes, 26 de febrero de 2024

De Comienzo en Comienzo. Mc 9, 2-10

 



"¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?..."  
cfr. Rm 8, 31-34


El camino de la fe -parece decirnos sPablo-, cómo en la vida,  las experiencias de Dios acontecen en medio de situaciones que muchas veces tienen estos mismos registros: tribulación, angustia, hambre, desnudez, noche, oscuridad, duda.  
Situaciones en las que se puso en juego el riesgo a perder pero que con el tiempo -habiéndolas atravesado- no fueron más que brechas por dónde lo más verdadero, lo más genuino se hizo presente... 

Son esas experiencias que suceden cuando los sentidos y el entendimiento parecen estar a oscuras, y las fuerzas nos fallan; y lo que esperábamos no se da o cuándo ya nada sentimos que puede salir de nosotros.
Y al confiarnos a lo que está -a lo que se nos da- ... y en medio del silencio y la desolación somos cómo alcanzados por una Presencia que en lo profundo es percibida cómo que siempre estuvo ahí y nos hacemos un poquito más conscientes de que nada nos apartará del Amor que nos sostiene.

¿Qué decimos nosotros escuchar? ¿nuestros propios monólogos -que son más de lo mismo- o nos abrimos a esa voz que viene de más adentro?

Al "entregarnos a lo que está" - al dejar de pelear y rendirnos- acontece un cambio - una transformación - de nuestra manera de mirar lo que estábamos viviendo... 
Y lo que parecía pérdida, o castigo, o por culpa de no haber hecho bien las cosas o no justo por haber hecho bien, al comprenderlo de otra manera - al dejar de escuchar las voces de siempre-  se transforman en posibilidad para el encuentro con esa Presencia que, despojada de tantas imágenes falsas,  nos dice quiénes somos y a qué nos llama.

EL LUGAR DE NUESTRA MAYOR HERIDA 
ES EL LUGAR DE NUESTRO MAYOR DON.

Y ya no hay lugar para la queja ni para el enojo... sino que conscientes de lo que no somos, sostenido por Quién nos habita, nos animamos a comenzar de nuevo... porque nuestra vida transcurre de "comienzo en comienzo".

El monte del Tabor -Mc 9, 2-10, evangelio del domingo- muestra alguna de las claves para entender un poco este camino de TRANSFORMACIÓN; que no se realiza de manera espectacular; o tirando fuera lo que para nosotros no sirve; o percibiendo "todo bien" en nuestra vida, sino que se va haciendo con el material que es la vida misma.

Cuánta compasión, cuánta ternura y cuánta aceptación brota cuando nos ponemos en contacto con lo más genuino que llevamos dentro, con esa Presencia que dentro de nosotros nos dice quiénes somos y que nunca se separa.

Pero el mayor obstáculo a dejarnos transformar sigue viniendo de nosotros mismos: de las interpretaciones absolutas de lo que vivimos, de las cosas que queremos seguir reteniendo, de nuestros sutiles esquemas, rígidos y viejos, donde Dios parece que nada puede hacer.

Cómo los discípulos, nosotros también sentimos en medio de esas transformaciones que todo lo que veníamos haciendo o sabiendo se nubla... y cómo Pedro buscamos aferrarnos a lo conocido porque mucha Luz nos da miedo... y de más entrega se trata.

Y cuando bajaron del Monte, además de callar lo sucedido por pedido de Jesús, los discípulos tendrán más dudas al encontrarse con lo cotidiano... la incomprensión, lo incoherente, lo molesto, lo mezquino, etc. etc... siguen estando allí... lo experimentado no corresponde con la realidad que nos rodea.

¿QUÉ HACER ENTONCES?
Necesitamos descubrir que es allí donde justamente recibimos la invitación a que lo vivido en nuestro propio TABOR hunda sus raíces en la llanura de la vida... como la "levadura" en la masa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario