domingo, 9 de agosto de 2020

DÓNDE MIS PIES pueden fallar. Mt 14, 22-33

Después de haber convertido al desierto, por la compasión, en un lugar de sanación; después de haberlo transformado en un lugar de alimento para todos, habiendo abierto las manos de todos para dar lo que cada uno tenía, Jesús vuelve a buscar la soledad en lo alto de un monte.
Vuelve a buscar el encuentro... porque sólo lo más importante nos roba el tiempo.
Así la gente... así Dios.


Mientras tanto los discípulos  son obligados a "pasar a la otra orilla"... Imagen que nos habla de cambio desde dónde se miran las cosas – cambio de perspectiva que muchas veces surge cuando nos hacemos cargo de algo… cuando nos ponemos en contacto con lo que llevamos dentro y dejamos de echarle la culpa a la vida.

Y en el esfuerzo por navegar se desata la tormenta... el mar -como la vida- no los deja avanzar como quisieran... frente al anhelo de que todo sea rápido y salga bien se presentan dificultades.

Allí en el mar se encuentran con el miedo y la oscuridad.
Y surgen las dudas... se experimenta el miedo y también el enojo.
Enojo porque no está todo bien... todo tranquilo...... porque lo que se busca está amenazado por situaciones que no son posibles de advertir… y en muchos casos surge la culpa sin darnos cuenta que no podemos controlarlo todo.
¿Quién de nosotros puede adivinar cuándo aparecerán las dificultades o cuando terminarán?

Y surge la decepción.
Se creía que "ir detrás de él" incluía un camino sin obstáculos ni dificultades... se pensaba -tal vez- que su presencia aseguraba la vida en todos sus proyectos... y más cuando se tenía la serenidad de estar cumpliendo o haciendo todo lo que supuesta-mente él mandaba.

Y surge la negación.
¿Será que a Dios le importa lo que nos pasa?...
Si no hace nada... si parece callado.
¿Será que realmente existe?

CUÁNTAS SITUACIONES PUEDEN LLEVARNOS A NO SABER QUIEN ES DIOS... DÓNDE ESTÁ DIOS.
Y QUIENES SOMOS NOSOTROS.

¿QUE SE HACE ENTONCES'
Se puede decidir no avanzar y quedarse con la seguridad que han dado las mismas cosas de siempre intentando calmar la angustia y el dolor; abandonando toda búsqueda y toda forma de servicio.
O se opta por seguir navegando "hacia la otra orilla" teniendo la firme convicción de estar aprendiendo...


Y cuando ya estaban cansados y desesperados... "a la madrugada" - como aquel primer día de la semana en los relatos de la pascua - ven venir sobre el agua a Jesús...
Y no es posible reconocerlo porque la situación que viven parece haber ocupado todo el espacio... no hay lugar para ninguna otra cosa... como si esto fuese todo... no hay lugar para ninguna otra manera de interpretar las cosas…como si la situación y la propia percepción fuesen la “verdad de las cosas”.
Y es justamente allí... cuando las seguridades que se tenían ya no salvan... que entramos en contacto con ese espacio tan sagrado que todos llevamos dentro -imagen de esto es Jesús acercándose a la barca-.

"Pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman.
Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.
VEN, le dijo Jesús..."

Como si las palabras de Jesús los hubiesen despertado... Pedro frente a la seguridad de las palabras de su Maestro quiere probarse también él.
Pedro -que sigue con una imagen falsa de Dios - de un dios que cambia la vida con un toque de magia- quiere ir por ese camino.
Pedro se olvida rápidamente que todo en nosotros es camino – es proceso- y que su Presencia en nosotros no asegura rapidez.

Pero como Jesús quiere seguir formando el corazón de sus discípulos lo invita a caminar...
"¡VEN!, le dijo Jesús..."

En esas aguas -imagen del propio corazón- Pedro hará experiencia de quién es él - y de las fuerzas que lo habitan y que no conoce- y por donde está invitado a caminar para encontrarse con Aquel que todo lo espera, que todo lo cree y que todo lo soporta.
En esas aguas que pueden llevarlo a la desesperanza - hasta hundirse en ellas porque no se ve nada y nada ocurre como se desea - Pedro hará experiencia del Dios que está también en el caos del propio corazón.

Pedro hace experiencia de que el Dios de Jesús no es el de los milagros rápidos sino Aquel que acompaña el lento proceso de transformación... para llevar lo que no es a lo que debería ser... del Dios que hace de la debilidad una posibilidad de camino y de encuentro con lo que hay de don.

Pedro se encuentra con Jesús allí donde siente que se hunde...

¡SEÑOR, SÁLVAME...!

Señor sálvame!, de creer que podemos manejar todo cuanto sentimos.
Señor sálvame!, de buscar cambios mágicos.
Señor sálvame!, del desprecio hacía la propia debilidad y fragilidad.
Señor sálvame!, de nuestras falsas ideas de Dios.
Señor sálvame!, de buscar seguridad en lo que sale bien.
Señor sálvame!, de nuestra propia mirada.

Que podamos creer más en lo que tú mirada nos descubre.
Que podamos creer más en lo que tú mirada abraza.
Que podamos creer más en lo que tú mirada transforma.




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