domingo, 28 de febrero de 2021

De la montaña del TABOR a la llanura de la VIDA. Mc 9, 2-10

"¿Quién nos separará del amor de Cristo? 
¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?..."  
cfr. Rm 8, 31-34

En el camino de fe -parece decirnos san Pablo- las experiencias de Dios acontecen en medio de situaciones que muchas veces tienen estos mismos registros: tribulación, angustia, hambre, desnudez, noche, oscuridad, duda... riesgo... donde una palabra en lo profundo -en el silencio- nos hace experimentar que Dios está... que nada nos podrá separar jamás del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Experiencia que sucede cuando los sentidos y el entendimiento parecen estar a oscuras... experiencia que vivimos cuando las fuerzas fallan... cuando lo que esperábamos no se da... cuando ya nada puede salir de nosotros.
Y acontece un cambio - una transformación - de nuestra manera de mirar lo que estábamos viviendo... cambio que vino de la mano de la experiencia de sabernos amados - de sabernos entendidos y sostenidos - de haber soltado el enojo de que las cosas no fueron como nosotros esperábamos... y conectados con lo más genuino que llevamos dentro, somos convocados a volver a ponernos de camino... una vez más.

Y SE RECOBRA LA ESPERANZA.
Y LAS GANAS DE SERVIR Y DAR VIDA.

Tal vez desde aquí podemos comprender la experiencia vivida por los discípulos en la montaña del Tabor a los "seis días" de aquel anuncio de Jesús que provoco seguramente desconcierto, miedo, abatimiento... experiencia humana de "cansancio" que nada tiene que ver con lo físico.

Es difícil pensar a Jesús haciendo algo espectacular para ahorrarles dolor y frustración a los discípulos -experiencias humanas que nos ayudan a crecer y nos despojan de expectativas irreales-. 

Cómo muchas de nuestras propias experiencias que necesitan del "es como si..." para ser narradas; así también el relato del evangelio toma de muchos símbolos del AT para poner en palabras aquella experiencia que nublo la confianza de los discípulos donde la sola escucha a la Palabra -"y salió de ella una voz... miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos."- no sólo les revelaría quién es Dios sino también por donde caminar -cómo mirar la vida- para encontrarlo.

Mientras la Luz muestra a Jesús acontece un diálogo con Moisés y Elías -sobre la partida que acontecerá en Jerusalén, nos dirá otro evangelio-.

Junto a la Luz, la oscuridad que viene de la pasión.

Y Pedro "no sabía que decir, porque estaban llenos de temor"..
no entiende lo que pasa... no escucha la parte que supone entrega y muerte... ese rostro humillado y golpeado no lo reconoce, le da miedo, no entra dentro de sus esperanzas, esa no es la idea que tiene del Mesías... y quedándose con lo lindo del momento - sin pensar en él-  pide hacer tres carpas.

Pedro busca rápidamente instalarse en lo lindo del momento y de alguna manera muestra cómo entiende la vida…dónde no entra la frustración, la lucha, lo incomodo, la entrega gratuita… y es así como piensa lo de Dios.
Como a Pedro, a nosotros también nos puede pasar que sólo nos entusiasme "lo de Dios" cuando esto satisface nuestros sueños o nuestros gustos o nuestras aspiraciones... cuando podemos hacer de todo sin hacernos cargo de nada…pasando a ser Dios –y los demás- parte de ese conjunto de cosas que está al servicio de nuestro bienestar.

Pedro cree que el signo dado es una señal de reposo y no comprende que esta será una señal de partida... una invitación a caminar.
UN RASGO DEL DISCÍPULO ES "NO SABER LO QUE SE DICE";
PERO SÍ SABER LO QUE DICE EL MAESTRO.

Pedro, Santiago y Juan son conducidos al interior de la nube...nube de la incertidumbre que rompe toda imagen falsa de Dios y toda seguridad... nube que desconcierta e incomoda mostrando que el camino no pasará por el ganar o el poseer o el conservar... sino por el riesgo a perder... a derrochar... a entregar.

BASTA CON MIRAR A JESÚS.

Sus sentidos -como los nuestros - no están acostumbrados a ese lenguaje ni a esos registros... Todo eso tiene sabor a pérdida... a castigo... al no haber hecho bien las cosas.
Pero es justamente en ese camino de muerte - de entrega y de amor sin límites - donde el Padre dice: "ESTE ES MÍ HIJO MUY QUERIDO, ESCÚCHENLO."

Escúchenlo en sus búsquedas que lo llevan a los últimos... a los perdidos... a los excluidos...
Escúchenlo en su mirada que lo lleva a no condenar a nadie... a creer en la bondad que habita en todos.
Escúchenlo en su manera de estar entre la gente... al servicio y abajo... aun cuando sea incomprendido y rechazado.
Escúchenlo en su modo de amar y perdonar aún a aquellos que le pegan.
Escúchenlo en su camino de entrega... allí su libertad.

"EN ÉL ME RECONOZCO -EN SUS GESTOS Y PALABRAS -
ES MI HIJO...
EN ÉL ME CONOCEN A MÍ."


El monte del Tabor revela las claves para entender un poco nuestro propio camino de TRANSFORMACIÓN; que no se realiza de manera espectacular... o tirando fuera lo que para nosotros no sirve...  o percibiendo "todo bien" en nuestra vida... sino que se va haciendo con el material que es la vida misma.
Cuánta compasión y cuánta ternura brota cuando nos ponemos en contacto con lo más genuino que llevamos dentro... con esa palabra que dentro de nosotros nos dice quiénes somos:

SOMOS HIJOS PORQUE ESCUCHAMOS.
Escuchamos cuando nos dejamos llevar por la compasión y la entrega... aun cuando somos incomprendidos o sentimos rechazo... corriendo el riesgo de perder.
Escuchamos cuando le permitimos a la fatiga, al cansancio, al miedo, a la oscuridad, a la duda que quiebre nuestros esquemas de creencias -nuestra seguridad y comodidad-  y nos ponga en camino a Jerusalén, lugar de más entrega y de más vida.

El mayor obstáculo a dejarnos transformar viene de nosotros mismos... de nuestras interpretaciones de lo que vivimos... de nuestros sutiles esquemas, rígidos y viejos, donde Dios parece que nada puede hacer.

RECORDEMOS QUE EL LUGAR DE NUESTRA MAYOR HERIDA 
ES EL LUGAR DE NUESTRO MAYOR DON.

Permanezcamos entonces a la ESCUCHA... como podamos... a veces con miedo como los discípulos... al final "SÓLO JESÚS" SEA NUESTRO CAMINO...

"Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos»."

Al bajar no solo son invitados a callar sino que además las dudas se hacen más fuertes... al bajar se encuentran con lo cotidiano... se encuentran con la incomprensión, lo incoherente, lo molesto, lo mezquino, etc. etc... se encuentran con que las cosas no corresponden a lo escuchado y experimentado en la montaña. 

Ese también es nuestro drama.
El ideal que creemos que debe ser vivido - la propuesta de Jesús, sus modos- aunque nos siga atrayendo, lo vemos ahora encarnado en esta gente (en esta Iglesia, en estos curas, en estos cristianos)... y esto muchas veces desilusiona,  nos generan dudas porque no corresponde a nuestros sueños.

¿QUÉ HACER ENTONCES?
Necesitamos descubrir que es allí donde justamente recibimos la invitación a que lo escuchado en el TABOR hunda sus raíces en la llanura de la vida... como la "levadura" en la masa.



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