domingo, 13 de septiembre de 2020

El PERDÓN que nos reconcilia con nuestra condición de CAMINANTES. Mt 18, 21-35


"HACER que el otro se ponga en contacto con su identidad cuando hiere",
tiene como fundamento el PERDÓN en el que hemos sido creados y somos sostenidos en la vida.

La existencia del PERDÓN evidencia que en nuestra vida, hay una lucha cotidiana donde muchas veces sentimos la derrota; es ser conscientes entonces de que nuestra condición de fragilidad, nunca nos abandonará.
Siendo esto así, no será posible caminar con otros -detrás de Jesús- sin contar con el perdón.

La presencia de la experiencia del PERDÓN en nosotros es el testimonio más contundente de que el Amor de Dios, es libertad que no ata ni condena ni somete a las personas.

Por eso Jesús invita a Pedro a romper con ese círculo de resentimientos y venganzas, que brota de la ofensa, para encontrarse con el perdón que no tiene límites y que es capaz de crear algo nuevo. Para eso, lo ubica frente al espejo de una parábola, donde la DESPROPORCIÓN entre lo que recibe y lo que da, se asemeja a la relación con Dios y a la relación entre nosotros.

Mostrándonos de esa manera que el lugar dónde estamos, dónde vivimos..., lo que posibilita el camino y lo que da esperanza es el AM
OR INCONDICIONAL DE DIOS QUE SE HACE PERDÓN, desproporcionadamente mayor a cualquier expresión de perdón que nuestros hermanos o nosotros mismos podemos necesitar.

Y aunque el evangelio pudiese hacernos creer que de nosotros dependerá que Dios nos perdone... sabemos que Dios no actúa  a partir de nuestras acciones... Dios no responde mirando nuestras buenas o malas acciones... Dios perdona siempre.
DIOS  ES  PERDÓN Y HACE  LO QUE ES... mostrándonos no sólo que así nos ama sino que además "nada nos podrá apartar de él".

Solo un perdón así desarma el "cuantas veces" de Pedro... y nada justificará el no perdón.
Frustrando de esa manera ese instinto tan razonable de venganza haciendo bajar nuestras armas -nuestras defensas-... y rompiendo con esos rencores que además de encerrarnos y agobiar el corazón, nos vuelven depresivos e indiferentes.

Solo un perdón así recuerda - no olvida - llevando sus llagas abiertas desde donde brotará siempre compasión -vida-  hacía quienes también han sido heridos.

El Perdón de Dios que nos habita, rompe con los deseos de poder que buscan hacerle sentir al otro el enojo para producir un cambio. 
Crea un modo nuevo de mirar al otro.

Y ser perdonados es ser liberados del peso de la culpa que incomoda e impide caminar... es un paso en el camino de reconciliación con nuestra finitud, con nuestra condición humana incompleta, fallada, rota y habitada y rica de posibilidades.
Ser perdonados es como una puerta que se abre por donde volvemos a experimentar vida... esperanza de que tenemos tiempo... de que podemos volver a intentarlo... de que estamos de camino.
Todos necesitamos ser perdonados y todos necesitamos perdonar.

Se lo gusta cuando se lo comparte... como el pan.
Celebremos el perdón entonces.
No es una obligación o un deber... perdonar es una fantástica oportunidad.
Celebremos el perdón en nuestras familias... con nuestros amigos. 
Si no perdonamos... no digamos que amamos.

De la misma manera seamos capaces de recuperar el sentido del sacramento del perdón como espacio donde ponemos en palabras lo "indecible" de la vida dejando que entren en la dinámica de reconciliación comenzada por Jesús...
Permitamos que alguien -en nombre de Dios - nos escuche en nuestras propias heridas... y en su NOmbre nos libere asegurándonos que Dios nunca se apartó ni se apartará jamás de nosotros.
Y esto lo necesitaremos escuchar muchas veces más.

Hemos sido creados en el Amor... como así también en el Perdón...
Porque Dios es Perdón cómo es Amor.

Expresemos entonces a los demás -con nuestros gestos y palabras - que acercarse a Dios no es cuestión de méritos ni de ritos... ni de separaciones ni de requisitos... sino sólo de dejarse encontrar.
ENCONTRADOS podremos amar... y perdonar. 












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