domingo, 22 de junio de 2025

"DeNles de coMer ustEdes miSmos". Lc 9, 11b-17

Creo que todos podemos dar cuenta de que, frente a muchas situaciones personales y comunitarias, hemos sentido aquel mismo sentimiento de impotencia, con el cual se encontraron los discípulos frente al mandato de Jesús, de dar de comer a aquella gente que se podía morir de hambre en el camino.

Una multitud necesitada de sanación. Hambre e intemperie. Impotencia sin salidas.
Una multitud necesitada de que algo fuese más fuerte "dentro suyo" que los ayudase a seguir transformando toda situación en camino... que sea tan significativo que alimente la vida y regale la sensación de cobijo y hogar.

Tal vez lo vivido por aquella multitud puede estar lejos de la realidad que nosotros vivimos… pero no podemos negar que hoy toca a mucha gente en nuestro mundo.

Pero el relato del evangelio no quiere expresar un hecho histórico sino más bien que viene a decirnos de donde surge la verdadera fecundidad de nuestra vida.
Fecundidad que no viene del esfuerzo personal… o del éxito de algún tipo de emprendimiento… o de la resolución definitiva del hambre del mundo.

La Fecundidad del evangelio es expresión de una vida –pobre e impotente-  que se atreve a poner sus propias manos vacías -TODO LO QUE TIENE- al servicio del hambre de otros… al servicio de lo más esencial… como lo hizo Jesús con su propia vida.

El evangelio nos habla de la CAPACIDAD de ENTREGA y de SERVICIO… que crece si nos animamos a no defendernos, en tiempos de mucha vulnerabilidad y de mucha pobreza.

EL DON CRECE EN LA DEBILIDAD, si nos mantenemos en la entrega. 

De esto es signo la EUCARISTÍA.
Es el gesto de ENTREGA y SERVICIO -asumido hasta las últimas consecuencias- que "resume" toda la vida de Jesús...
Lo que aquí celebramos y nos compromete es cómo él vivió.

Jesús hizo de la carencia de unos pocos, un lugar de comunión.
Transformó la impotencia en un espacio de fecundidad, de vida para los demás.
Sus manos permanentemente abiertas y vacías fueron para todos aquellos con lo que se encontraba signo de la "cercanía de Dios"... y en la cruz, signo de un Amor que no se corre aún siendo heridas.

Por eso la Eucaristía quiere llevarnos a que nos hagamos cada vez más conscientes de lo divino que nos habita... que cuánto más nos damos cuenta de eso más tendríamos que ser "entrega y servicio" para los demás, cómo lo hizo Jesús; y que si esto no ocurre esta celebración no tiene ningún sentido.

Pero cómo tal vez este camino suponga muchos contratiempos... como por ejemplo... tener que morir a muchas cosas que creemos que nos van a dar vida... preferimos convertir la eucaristía en algo "tan sagrado” -solo para algunos y encerrada en las iglesias- que reclama nuestra adoración... y que nos da un boleto para el más allá.
¿Se imaginan a Jesús pidiendo que la gente que lo buscaba se pusiera de rodillas? ¿acaso nos olvidamos que él se puso de rodillas ante sus discípulo y discípulas?
Para nosotros sigue siendo más fácil arrodillarnos aquí dentro... que ir detrás de Jesús haciendo gesto su servicio y su disponibilidad a todos.

Para los primeros cristianos celebrar la Eucaristía-"hacer eucaristía"- era hacer algo subversivo…  porque rompía barreras y reglas que decían que unos eran mejores que otros... era sentarse a la mesa de la propia a "todo tipo de gente".

Celebraban la Eucaristía porque estaban dispuestos a vivir lo que esto significaba, es decir, que en el modo de tratar a los demás -en el servicio y la entrega- todos pudieran reconocer al Dios que llevaban dentro.

Por eso, “HACER EUCARISTÍA” es comprometerse a construir Comunidad.
Es saber que todos tienen como vocación la Unidad.
Es regalarse Igualdad, aceptando toda diversidad... el pan se hace de muchos granos.

Es descubrir que lo que nos da vida no es el pan que recibimos
sino el pan que damos.

Para esto no es necesario que todo nos vaya bien; para aprender a ser don, para estar al servicio de los demás, no es indispensable no encontrarse con obstáculos. 
De ahí el evangelio que nos enseña que en el desierto -como a los discípulos- somos “descascarados”  de tantas cosas que creemos ser, mostrándonos que "verdad" estamos escuchando... en que nos estamos apoyando... que esta buscando nuestro "ego" alimentar con lo que hacemos. 

En el desierto nos invitan a mirar hacía dentro -a lo profundo-... a encontrarnos con "quienes somos en verdad" -"quién nos habita"-...  que hace del encuentro con la propia debilidad un lugar donde aprender a ser compasión con las heridas de los demás...
Que es capaz de hacer del encuentro con el propio vacío, un lugar dónde aprender de ternura frente a la panza vacía de los más pobres... 
Que hace del encuentro con nuestras propias sombras, un lugar dónde aprender acompañamiento de aquellos que se buscan a sí mismos...
Y así con cada situación humana...

Y así cada situación se transforma -desde quienes somos en verdad-en posibilidad de ser eucaristía... 
de convertirnos en pan para los demás.

Pero nosotros seguimos buscando arrodillarnos frente al Santísimo, siendo indiferentes e ignorando la necesidad de los demás, olvidándonos que "todo lo que le hicieron al más pequeños de mis hermanos, a mi me lo hicieron"... 


Lo más importante de la Eucaristía es el signo del pan que se parte y reparte, 
porque eso fue toda la vida de Jesús - porque así es Dios.
Recibamos entonces lo que somos... y convirtámonos en lo que recibimos.





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