En las palabras del centurión romano nos encontramos con la respuesta tan esperada a la pregunta fundamental que subyace en todo el evangelio de Marcos: ¿Quién eres Jesús de Nazaret?.
Después de tantas respuestas, equivocadas algunas e incompletas otras, no es un discípulo quien nos responde, sino que es un pagano que, en el momento de mayor derrota y fracaso, nos descubre la identidad de Jesús.
Todo el camino de pasión está atravesado por esta pregunta. Así lo inicia Pilatos al preguntarle ¿Eres tú el rey de los judíos? para después caer en la cuenta de que Jesús es realmente una "molestia" frente a las miradas y a los juicios de los demás que verdaderamente le importan.
Cuando no se tiene el valor de permanecer en lo que es esencial que nos hace justos y solidarios, y miramos de reojo lo que piensan o dicen los demás, nos arriesgamos a ser como Pilato, tomaremos las mismas decisiones buscando contentar a todos pero no siendo coherentes con lo más verdadero que llevamos dentro.
La pregunta como la presencia de Jesús inquieta... y será todo un desafío eliminar lo que inquieta sin tener que definirse... sin tener que elegir.
Pilatos se ve obligado a elegir entre Jesús y muchísimas cosas: la multitud, las autoridades judías, su propia popularidad, su carrera, sus problemas.
Siempre pasa lo mismo con Jesús. Sería fácil aceptarlo o rechazarlo sin tener que elegir... pero Jesús se presenta siempre como una alternativa. Decirle que Sí a él es decir No a otras cosas.
Su voz se escucha haciendo callar otras voces. Por eso el problema es siempre el mismo: cuanto estamos dispuestos a dejarnos involucrar por su persona.
Jesús quiere ser pregunta que inquieta... que pone en movimiento la vida... por eso es verdaderamente un problema... que no se resigna a obtener de nosotros un certificado de buena conducta: "¿qué mal ha hecho?".
Jesús quiere ser pregunta que inquieta... que pone en movimiento la vida... por eso es verdaderamente un problema... que no se resigna a obtener de nosotros un certificado de buena conducta: "¿qué mal ha hecho?".
Y en el camino un CIRENEO. Como el primer discípulo que sigue a Jesús llevando su cruz. Nada importa que haya sido obligado a hacerlo.
¿Dónde estarían los discípulos en aquel momento?
El gesto del Cireneo como la profesión de fe del Centurión nos muestran que siempre aparecen personas -que no son de los nuestros- que realizan las acciones o dicen las cosas que deberían haber hecho y dicho los que están más cerca.
Gestos y palabras que nos vuelven a recordar que, en el camino de seguimiento a Jesús nunca habrá puestos seguros... ni privilegios.
Y ¿Quién encontró a quién?, en aquel camino de cruz.
Privilegiado será quién, como el Cireneo se hace el encontradizo en el momento justo, en el sitio justo; aun teniendo que obligarse a cambiar su camino y también de preocupaciones -porque nada tenía que ver con aquel condenado a muerte-
Y en el camino de cruz, las burlas.
Burlas que pueden doler más que los golpes físicos. Burlas que desacreditan todo, dejando a la persona en la absoluta soledad, sin ninguna posibilidad de tomarlo en serio.
Burlas que llevan dentro la pretensión de conseguir pruebas para creer -"¡Que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!"- eliminando así el riesgo que supone la fe.
Burlas que muestran hasta qué punto pueden llegar la maldad y la estupidez humana.
un fuerte grito, expiró"
Ésta es su última palabra: UN GRITO.
Una palabra sin palabras, una palabra que no puede ser estudiada, que únicamente puede escucharse en la forma en que nos llega sin poder evitarla.
Una palabra que no pide respuesta.
- ¿Qué quieres que hagamos con tu grito, Jesús?
Todavía que sufrís, haces ruido… Es un grito que desentona y que de alguna manera desarma la armonía que tenemos con las cosas que consideramos esenciales para vivir.
Es preciso hacer mucho ruido para acallarlo o hacer muchísimo silencio para pasarlo por alto.
Si alguien se abre por un instante al grito de Jesús, ¿Cómo podrá cerrarse luego a todos los demás?
¿Cómo podrá cerrarse al grito de los enfermos, de los que sufren la demencia, de los presos, de los hambrientos, de los condenados por su opción sexual, de los drogadictos, de los niños o de las mujeres violentadas, de los que agonizan...etc?
Quisiéramos escuchar el grito de Jesús sin que desaparezca ese mundo de ilusiones que nos hemos construido y que creemos que sin eso no vivimos.
Tal vez esperamos de Jesús la bondad del silencio... porque no soportamos ese grito.
Nos da miedo escucharlo, porque desarma nuestras maneras de vivir o de pensar la vida... nos da miedo andar sin tantas seguridades y nos da miedo también la libertad. Solamente el dormir -el sueño, con las ilusiones que nos creamos dentro- nos libera del miedo... andamos con mucho sueño... andamos como dormidos.
Un grito nos puede despertar.
Y LAS MUJERES no se moverán del sepulcro ni estarán dispuesta a cerrar el camino, aunque una piedra diga que todo termino.
Ellas son la esperanza que durante todo el calvario y frente al sepulcro nada hacen... dejan hacer... miran desde lejos.
Que valiente es la débil esperanza...
Y cuando para todos aquello terminó, para ellas, sin embargo, todo está por empezar... lo que era débil se convierte en profecía de algo nuevo.
Cómo las mujeres, tendremos muchas veces que distanciarnos de nosotros mismos -de esa cantidad de sentimientos que nos provocan las situaciones de la vida o de las culpas que llevamos dentro- y aprender a mirar desde lejos para comprender.
El Cirineo es relevado -reemplazado- por las mujeres... es como si la acción dejará paso ahora a la contemplación.
En el Calvario como en estos días no hay nada que hacer... porque lo importante... lo único importante es lo que hace el que está clavado a una cruz.
A nosotros sólo nos queda mirar y dejar hacer.
Mirar y recibir lo que allí se nos da.
Mirar lo que no podremos comprender jamás... el ilimitado y loco amor de Dios.
Y recibir que es allí dónde nuestra vida y nuestra libertad se encuentran aceptada y amada sin condiciones.
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