sábado, 29 de junio de 2024

Y se desplegará lo mejor de nosotros. Mc 4, 35-41

 
Así como somos especialistas en dar anuncios sobre el estado del clima quisiéramos también ser especialistas en prever por donde ir -cuáles son los mejores tiempos o las rutas más seguras- para tener una vida sin “vendavales fuertes ni olas que amanecen hundirnos…”

Nos haría mucho bien descubrir que seguimos atados a la ilusión de que una "buena vida" es una vida sin problemas ni dificultades... cómo si la vida no avanzará... como si fuese viajar por una autopista iluminada y señalada correctamente.

Y aunque podemos prever el clima y de esa forma salir con paraguas;  todos tenemos experiencia de que la vida queda sacudida por situaciones no buscadas que además de quitarle ganas a la vida nos hacen experimentar impotencia y desesperación… como a los discípulos de Jesús.

"CRUCEMOS A LA OTRA ORILLA"...
Las palabras de Jesús son una continua invitación a vivir atreviéndose a descubrir en nosotros posibilidades siempre nuevas... posibilidades que sólo surgen en nosotros cuando se reinventa la capacidad de mirar y de interpretar lo que sucede... dándonos margen para reaccionar -o mejor dicho "elegir"- de otras maneras.

Pero este aprendizaje no es nada fácil porque se realiza, si estamos dispuestos, justo en los momentos donde lo mejor de nosotros parece hundirse -allí dónde más nos hemos entregado-… dónde las dificultades aparecen como grandes olas que no son posibles de resolver ni de contener… donde la barca de nuestra vida corre peligro.
Pero es justamente allí donde podemos chocar también con el MIEDO -el desamparo y la frustración- que no hacen otra cosa que agrandar las dificultades. Y con el miedo comienzan los lamentos y las acusaciones o la negación y el enojo que junto a la queja y la culpa que se instalan, no nos permiten ponernos en contacto con aquello que tal vez necesita despertar en nosotros.

Entonces gritamos:
Señor…¿No te importa que nos hundamos?
¿DÓNDE ESTÁS? 
¿Por qué nos tiene que pasar esto a nosotros?
¿Y ahora que haremos?
NO DAMOS MÁS.
Acaso,  ¿no te importa nuestro sufrimiento?
¿Qué hicimos para merecer esto?

Y  acorralados por el desconcierto y la duda comenzamos a buscar explicaciones del porqué nos pasa lo que nos pasa creyendo que si lo entendemos se va a resolver y volvemos a querer resolver lo que nos pasa con las recetas aprendidas -cuántas cosas hacemos para no sentir que perdimos-.
Pero descubrimos ahora que esto no alcanza... y que cuanto más queremos entender -o más queremos tapar- más miedo y angustia nos produce… y más rechazamos la idea de que las cosas pueden ser de otra manera… que hay "ir hacia la otra orilla".

Que lentos que somos para aceptar con serenidad que las cosas de la vida no siempre salen como las pensamos... y que vivir desde lo más esencial supondrá rupturas, desencuentros y despojos.
Qué difícil se nos hace comprender que no podemos programar la vida previendo por donde pasará; que nosotros no elegimos el momento en que la vida será azotada por los vientos de la adversidad y la dificultad... y que tampoco podemos elegir guardarnos en algún lugar para que no nos alcancen esas situaciones por miedo tal vez a volver a sufrir.

Las tormentas en nuestra vida escapan a nuestro control… "Y SABEMOS QUE NINGÚN MAR EN CALMA HIZO EXPERTO UN MARINERO".
Será hora entonces de hacer de nuestro miedo y desesperación un grito:
"¡MAESTRO! ¿NO TE IMPORTA QUE NOS HUNDAMOS?"

Y seremos invitados a descubrir una vez más que Jesús no está en el milagro que nunca llega sino que él está en lo que nos está pasando... que ha estado siempre aunque parezca que duerme.
¿Por qué seguimos interpretando su silencio como ausencia?
¿Y su ausencia cómo que no existe?



Atravesar con Jesús las olas de la dificultad o la tormenta del dolor es permitirle a esas situaciones que quiebren la cáscara de nuestra omnipotencia -desnude nuestros egoísmos- acercándonos más al misterio de quiénes somos... que desnude las seguridades -aún las imágenes y conceptos de Dios- con las que vivíamos y nos descubra a cuanto no veíamos por estar tan cómodos y seguros...  y que pueda surgir desde dentro otra forma de vivir... otro modo de percibirnos y de relacionarnos con los demás... nos despierte a otra forma de mirar y amar la vida.

Dicen que la dificultad y el dolor pueden ser grandes maestros... pero qué difícil y cuánto pataleamos cuando no hemos sido nosotros quienes elegimos entrar en su escuela.
El dolor -como la dificultad-  nos coloca en un lugar nuevo del que no sabemos nada y del que queremos huir porque tenemos miedo y muy poca consciencia -que se traduce en desconfianza- en lo que se nos ha dado.

Somos navegantes de mares que no conocemos... dónde nuestra barca muchas veces es empujada hacia los límites donde nosotros no manejamos nada.
Allí, cuando las fuerzas ya no nos acompañan, el grito que nos surge revela una Presencia (a Alguien le gritamos... le hablamos); y el grito se transforma en un "silencio habitado": DIOS ESTA.

ENTONCES allí algo nuevo en nosotros se puede despertar.
Una mirada nueva puede activarse.
Una perspectiva nueva puede reconocerse... aunque la situación permanezca.

Desnudados de la omnipotencia y la posesión puede renacer con todas sus energías la fuerza de la bondad que acerca, que contagia, que abraza y que acompaña y que salva... 

Se desplegará lo mejor de nosotros... 
Lo más genuino, si se lo permitimos, se despertará.

domingo, 16 de junio de 2024

"Cómo el grano de mostaza..." Mc 4, 26-34

Con mucha sencillez y a través de ejemplos cotidianos Jesús explica la centralidad de su mensaje: el REINO DE DIOS que no puede ser identificado con ninguna institución ni con ninguna otra manera de vivir que no esté contenida en la propia vida de Jesús.

Jesús enseña a la gente y a sus discípulos con ese recurso que son las parábolas que tienen como finalidad movilizar el corazón hacia algunas actitudes vitales que expresan lo más genuino de nuestra humanidad y que al mismo tiempo son fundamentales para relacionarnos con los demás.



Estamos marcados por la intolerancia –y no es cosa solo de este tiempo-; intolerancia que nos vuelve impacientes, inflexibles y que de alguna manera nos excusa para ser indiferentes con las personas o con las cosas que pasan. 
Estamos marcados por esa excesiva preocupación por la imagen –“por el que dirán” – qué nos hace estar tan alertas a los demás, que quedamos desconectados con nosotros mismos… qué ya no nos reconocemos; nos cuesta escucharnos y aceptarnos en lo que nos toca caminar… que difícil nos resulta frenar para tener tiempo para la calma y la meditación.
Seguimos arrastrando esa “imagen de Dios” omnipotente y todopoderosa que quisiéramos manejar con nuestras oraciones y sacrificios para que nos cambie las cosas y tal vez para creerle más.
Con la pandemia de por medio que tal vez acelero ciertos procesos, muchas razones por las cuales hacíamos las cosas se han quebrado… hemos ido perdiendo el sentido de muchas cosas –hasta el sentido del perdón en un vínculo-… la búsqueda del “me gusta” ha ganado la batalla sobre cualquier otro motivo, pero a qué precio; cuánto vacío y cuánta soledad ha dejado todo eso y con cuánta cosa la estamos queriendo calmar.

Necesitamos volver a esa simplicidad que es capaz de percibir que dentro de la vida se esconde, según la parábola de la "semilla que crece por sí misma”, una FUERZA –una energía podríamos decir- que no depende del agricultor –que no depende de nosotros. 
Dónde la "potencia" –lo que realmente tiene fuerza- lo tiene lo pequeño y esta no depende en absoluto de la acción del hombre; y su crecimiento acontece en la oscuridad de la tierra... lejos de la mirada y del cálculo del agricultor.

Es una invitación a descubrir la presencia, aquí y ahora, del Reino en nosotros que busca movilizar la vida.
Creciendo en nosotros, aunque parezca que no pasa nada (“¿se imaginan estar sacando la semilla todos los días para ver cómo está?”); produciendo vida en nosotros -haciéndonos percibir posibilidades dónde sólo vemos obstáculo- aunque en apariencia nada cambie.

Es una invitación a aceptar con serenidad que la "fuerza de la vida" no viene de nosotros y su "estar creciendo" tampoco es posible reducirlo a nuestros cálculos ni a nuestras estrechas miradas.
¿Cuántas interpretaciones de lo que vivimos -cuántas formas de rezar- no son más que querer controlar "lo de Dios" en nuestra vida?
¿Acaso no seguimos creyendo que la presencia del Reino está dada por los éxitos evidentes que tengamos en la vida o como cristianos? ¿No seguimos midiendo "lo de Dios" por los resultados de nuestras obras o de nuestras palabras?
Cuántos “expertos en adivinación” hay entre nosotros … que saben a dónde iremos a parar si seguimos así. Lo difícil de estas acentuaciones es la exigencia y también el mal trato que puede darse por no ver cambios inmediatos.

La parábola no dice lo que tenemos que hacer; sino que es una invitación a "DEJAR HACER"... a "DEJAR ESTAR".

Es una invitación a soltar la pretensión también de querer marcarles a los demás qué y cómo tienen que hacer... como si eso nos hiciera sentir menos inútiles.

La parábola es una invitación a dejar por momentos la eficiencia -no todo tiene que servir para algo- y el activismo -el no hacer algo productivo no es ser un inútil o ser un vago- como claves para interpretar la vida; y a ofrecerle al Reino espacio y posibilidades para que actúe dejando de ser nosotros "directores de obra".

Cuánto experto tenemos dentro de nuestras familias y dentro de nuestras comunidades que llegan hasta despreciar el crecimiento y las formas de camino de los demás.
Cuánta manipulación a través del miedo y el rechazo se esconden detrás de tantas formas de relación, aunque en apariencia digan que buscan nuestro bien.
Cuánta opresión se esconde detrás de muchas formas de ayuda o de servicio a los demás.
No es posible medir ni calcular el crecimiento de las semillas según nuestros propios modelos mirando si corresponden o no a ellos y ni es posible tampoco hacer concursos para evaluar el producto (recordemos aquí el mito de “Procusto”).

EN LA PARÁBOLA HAY UNA SEMILLA QUE SABE HACER SU TRABAJO.  
Llega a donde quiere y cuando quiere. 
No tiene necesidad de que alguien le sugiera como crecer o cuando hacerlo.

Necesitamos entonces dejar el "dramatismo" y descubrir la fuerza que tiene lo débil y lo pobre del Reino en nuestras vidas... y así tal vez dejaríamos de estorbar su trabajo en nosotros y en los demás con interpretaciones y posturas rígidas que no hacen más que alejar, dividir, rechazar y levantar barreras.

Débil y pobre, pero al mismo tiempo, como el grano de mostaza, capaz de transformar la vida en un lugar donde otros pueden encontrar espacio.

Cuánto se ha ensanchado el corazón para acoger y aceptar es el criterio… cuánto desalojo y desarme y entrega eso supone.

Aprendamos a escuchar lo de Dios que crece en nosotros.
CONFÍEMOS MÁS... RESPIREMOS MÁS.
CONTEMPLEMOS MÁS.
Y no nos alarmemos por la sensación de no frutos o de no cambios inmediatos en nosotros o en los demás.
Confiemos más en los pequeños intentos.
No nos desanimen lo modesto de ciertas apariencias.
Creamos en la fuerza que tienen los pequeños signos que no hacen otra cosa que «hacer sospechar» que existe otra VERDAD.
No son puntos de exclamación ni pretenden convencer a nadie... sino más bien son GENERADORES DE PREGUNTAS.