Aunque sabemos que después de una pérdida viene un tiempo llamado "duelo", eso no significa que lo aceptamos de buena gana o que lo transitamos de buena manera... cómo si hubiese una buena manera.
Más de una vez hemos corrido el riesgo de alargar esos tiempos tal vez por miedo a olvidar, o por la culpa de no haber hecho lo suficiente; haciéndose dificultoso poder reconocer que algo nuevo puede llegar.
Cuántos de nosotros hemos experimentado cómo queda desgarrado el corazón cuando hemos perdido lo amado... y no sólo sentimos que algo nos arrebataron sino que además en algo eso le daba sentido a la vida. Cuántas veces hemos escuchado después de una pérdida: "¿... y ahora que voy a hacer?"
Tal vez necesitamos un baño de sinceridad y reconocer que la mayoría de las veces el llanto es por nosotros... siendo la angustia por la pérdida el lugar dónde nos encerramos... y el querer entender el modo en cómo alargamos el dolor y el sufrimiento.
¿Quién está preparado para una pérdida?
Qué difícil resulta ver en medio de ella y más aún tener esperanza en la "vida escondida" en toda situación humana.
A cuántas maneras de pensar... a cuántas culpas... a cuánto sufrimiento inútil... nos aferramos...
que nos detiene y nos aísla.
Lázaro es una imagen de la dificultad que tenemos en vivir desde esa Vida que no está atada ni se rige por las creencias o imágenes que llevamos dentro.
Por esperar no sé qué vida o forma de vivir... nos seguimos encerrando en los sepulcros esperando a saber qué cosa o a quién...
Estamos transitando una muerte... el riesgo es atarnos al sepulcro por el miedo al vacío que produce dicha muerte.
Cuántas ideas -como vivencias- de Dios y de cómo debe ser la vida están muriendo... y qué difícil se hace no aferrarnos a lo que ya hemos reconocido incapaz de dar vida.
Enfrentados al límite... desnudados de toda seguridad que dan las ideas... somos invitados a permanecer en el vacío... no solos sino sostenidos por una comunidad...
Somos invitados a permanecer en el vacío pero no de cualquier manera, sino abiertos a la escucha de una Palabra que invita a salir... a dejar de esperar en lo que ya hemos experimentado como "sin sentido"... que invita a la libertad de todo mandato... y a encontrarse con ese "núcleo escondido" que no se banca que lo reduzcamos a nuestras necesidades o heridas.
Es una Palabra que levantando las losas pesadas de tantas creencias y culpas pretende despertarnos de las ilusiones dónde instalados, nos sentimos seguros... descubriéndonos las posibilidades latentes que la misma vida posee como don a los demás.
Es una Palabra de apertura frente a la cerrazón del sepulcro que limita la vida a lo que se ve o se siente o se piensa y que por miedo tiende a volver a lo seguro -regresión- y a lo que "siempre se hizo así".
Es una Palabra que impulsa... que pone en movimiento... que levanta... que nos saca de esa tendencia a replegarse -a encerrarse- en el sufrimiento del cual nos aferramos.
Es una Palabra que invita a caminar "sueltos de toda atadura" sin buscar retener lo conseguido porque en el morir ... como el grano de trigo... encuentra la razón de su existencia.
Es una Palabra que invita a andar despacio... con los ojos bien abiertos... respetuosos de la vida de los demás qué frágil se va abriendo camino en medio de lo dificultoso o duro de la existencia.
El tiempo en el que vivimos es Lázaro.
La comunidad cristiana es Lázaro.
¿Cuáles son los sepulcros en los que estamos? ¿Qué es lo que hay que reconocer que ha muerto en nosotros?
¿Cuáles son las vendas que tienen atados los pies y las manos y nos ciegan el camino?
¿Quiénes son los que sentencian que allí ya no hay vida... quiénes atan al sepulcro porque sus creencias así lo determinan?
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