¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?..."
Acercarse a Jesús para aquellos hombres era como acercarse a un precipicio... tan seguros de sí mismos y de su relación con Dios que la invitación de Jesús les resultaba extraña y descabellada.
No sólo es condición para seguirle "el comer su cuerpo y beber su sangre" sino que además es la condición para tener VIDA... para que "él habite en nosotros y nosotros en él".
Escuchadas literalmente resulta un lenguaje duro y demasiado complicado para llevarlo a cabo.
No pueden descubrir que lo que está en juego es un proyecto de humanidad... un modo de vivir que se expresa en cómo se comparte el pan alrededor de una mesa donde todos son iguales... donde no hay diferencias y todos tienen lugar.
También nosotros, aún después de tanto tiempo seguimos sin entender a Jesús... que llega a ser plenamente pan cuando se abre totalmente.
Seguimos sin aceptar a un Dios que su ser más profundo es ser Don; y que hace de la mesa compartida un lugar de familiaridad, de inclusión y de perdón.
Tal vez nosotros seguimos buscando en nosotros razones por las que Dios se hace presente en nuestras vidas y de esa forma buscamos que siga satisfaciendo nuestros pequeños deseos de sentirnos buenos o calmando nuestros miedos frente a un futuro cielo que depende de cumplir con todo.
Como aquellos hombres nos seguimos quedando en lo literal de las palabras de Jesús sin tener en cuenta la pretensión de Jesús que es totalizar nuestra vida en torno a un proyecto de humanidad dónde pueden ser restauradas todas las relaciones humanas.
"COMER SU CARNE, BEBER SU SANGRE...",
no es otra cosa que hacerse uno con Jesús en la entrega y en la compasión... en el amor y en la misericordia... en el deseo de incluir a todos... algo que comienza asumiendo y aceptando lo que somos... algo que sólo el Espíritu puede hacer.
Tal vez convenga también preguntarnos: ¿Qué hemos hecho nosotros de la Eucaristía?
Cuánta preocupación seguimos teniendo por lo que podemos o no hacer en misa... por los que pueden o no acercarse a comulgar... etc... olvidándonos que esta mesa es expresión de la decisión de Jesús de estar a los pies de toda humanidad... al alcance de toda vida... descubriéndonos que somos uno... lo débil y lo fuerte es de todos.
"COMER SU CARNE, BEBER SU SANGRE...",
no es otra cosa que hacerse uno con Jesús en la entrega y en la compasión... en el amor y en la misericordia... en el deseo de incluir a todos... algo que comienza asumiendo y aceptando lo que somos... algo que sólo el Espíritu puede hacer.
Tal vez convenga también preguntarnos: ¿Qué hemos hecho nosotros de la Eucaristía?
Cuánta preocupación seguimos teniendo por lo que podemos o no hacer en misa... por los que pueden o no acercarse a comulgar... etc... olvidándonos que esta mesa es expresión de la decisión de Jesús de estar a los pies de toda humanidad... al alcance de toda vida... descubriéndonos que somos uno... lo débil y lo fuerte es de todos.
Es posible que necesitemos hacernos conscientes de que tal vez nos cuesta seguir creyendo en el sueño de una humanidad más hermana, más justa y más solidaria, que decide caminar junta... y por eso es mejor conservar esta mesa como si fuese un rito más del cual podemos desprendernos como tantos otros ritos que han pasado de moda.
"Quién come mi carne,
y bebe mi sangre tiene VIDA..." es expresión de la actitud existencial de una persona que ha decidido vivir en clave de Reino, es decir, en clave de fraternidad, de inclusión y de perdón con los demás... y esto supondrá un cierto desgarro, algún tipo de pérdida o de muerte.
Hacer Eucaristía es la comunidad que reunida alrededor de una mesa vuelve a recibir lo que es -aceptación agradecida de la propia vida- y que sólo se experimentará si se transforma en gesto y en palabra de vida para los demás.
Hacer Eucaristía es Jesús que nos vuelve a gritar que lo mejor que nos puede pasar es vivir para los demás... que es allí justamente -cuando decidimos renunciar a esa pulsión de apropiación - cuándo la vida nos revela todas las posibilidades que lleva dentro.
Hacer Eucaristía es dejarse partir... es experimentar el paso de la tierra dónde se busca retener para sí a la tierra de la donación... es hacer pascua.
Comulgar entonces no es un acto de devoción sino que es un acto de seguimiento hacía dónde nos encontró Jesús... hacía abajo... hacía la pequeñez... dónde nadie queda afuera.
Comulgar es decirnos a nosotros mismos -"así quiero vivir"- partiendo mi vida - muriendo a lo que pienso, a lo que siento, a lo que hago- para que surjan los modos y las palabras de Jesús.
Comulgar es soltar las viejas imágenes de Dios cuando en alguna situación o en alguna persona nos cuesta ver a Dios porque DIOS ES AMAR.
Comulgar es descubrir que la vida no nos pertenece -es renunciar a toda apropiación- y que sólo dándonos nos hacemos "todo en todos".
"por la mirada podemos saber
con que alimentan su ser"
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