domingo, 1 de mayo de 2022

Cuándo somos empujados al encuentro. Jn 21, 1-19

Las experiencias de pascua -de paso a la vida del resucitado- que nos vamos encontrando a lo largo de estos domingos, parten de la situación de límite o de oscuridad que viven los discípulos.


Y en cada una de ellas aparecen experiencias muy humanas en dónde la comunidad es invitada a experimentar esa transformación que hizo de los discípulos, testigos.


El texto con las palabras "otra vez", remarca la necesidad de que está experiencia nos sucederá muchas veces -una no basta-; y que de alguna manera tiene que ver con el cambio en la manera de comprender lo que se vive... de volver visible algún aspecto de la realidad que no se estaba viendo.

La comunidad reunida en torno a Pedro no sabiendo muy bien qué hacer después de la decepción vivida - después del fracaso absoluto de su maestro- reacciona como queriendo que todo volviese a estar en su lugar... como negando la realidad, busca en los mismos lugares de siempre... no mira el momento como una oportunidad... esta cerrada en la queja de lo que tiene que vivir...

No podemos controlar muchas veces lo que nos viene... o por dónde pasará la vida... pero si podemos elegir como vivir cada momento.

Tal vez convenga preguntarnos que buscaban al estar juntos... realmente la "comunión con la vida de Jesús" era lo que los encontraba; o la decepción vivida que no se iba -ni aun por la experiencia de las mujeres- los mantenía encerrados en una soledad que sólo confundiéndose con los otros -haciendo lo que los otros hacían- lograban calmarla interiormente.

¿Acaso no nos encontramos muchas veces queriendo huir de nuestra soledad buscando todo el tiempo estímulos para no sentirla tanto?
Con Jesús habían percibido una identidad profunda que los hacía libres para estar con los demás y que también les mostraba cuando lo enfermizo se hacia presente.
Por eso, no es posible volver a ser los mismos.

"Pero esa noche no pescaron nada..." 
Queriendo volver a hacer las mismas cosas desde aquellos lugares que hacía rato habían dejado no resuelve ni los reproches, ni de la desesperanza ni la desilusión vivida.
No resuelve lo que para ellos no tenía ninguna razón de ser: el fracaso, la muerte, el dolor.
De todo esto es imagen el no haber pescado nada.

Necesitan volver a reencontrarse... necesitan volver a recibirse, pero ahora, desde la impotencia por no poder resolver lo que les pasa... necesitan volver a caminar juntos... a saberse que no son sin los demás... aun ahora que no tienen espacio ni para ver ni esperar algo más.

Aun ahora cuando ni sus mejores esfuerzos son capaces de cambiar la situación.

Y este proceso comienza con la presencia de un "desconocido" que preguntándoles por algo para comer, los vuelve a conectar con la realidad... y al sacarlos de sus propias autolamentaciones pueden ser capaces de reencontrarse con el verdadero sentido de los gestos sencillos que son, muchas veces, expresión de un don más grande... de todo esto nos habla la mesa servida, el pan y el pescado en las brazas.

Acaso, 
¿no era esto lo que habían aprendido junto a Jesús?

La noche como el mar  no habían sido más que signos de lo que les había pasado con lo vivido con Jesús y también entre ellos... 
cuando la vida nos hace caminar por senderos dónde parece que nos quitan todo.
cuando es el momento de volver a "echar las redes" desde lo esencial de la vida... desde lo que es vital y no desde lo que podemos seguir buscando afuera para remendar lo que perdimos.

Después de esto, Pedro y en él cada uno de nosotros, es invitado a encontrarse con la confianza en la vida y con la capacidad de amar que de seguro, para Pedro habían quedado sepultadas o al menos "agrietadas" con las negaciones vividas.

En la experiencia de Pedro podemos acercarnos a lo que vivimos cuándo las situaciones personales han socavado la confianza una y otra vez; ya sea por nuestros actos o por los actos de los demás.
En su experiencia podemos percibir nuestros miedos a perder lo necesario para la vida... lo que hacemos para retener al menos algo... y cómo seguimos sin comprender ni aceptar lo gratuito del amor.


El diálogo de Jesús con Pedro es el encuentro con la VERDAD del corazón...
al que se llega despacio... sin reproches porque se cierra... al que se llega dando vueltas (de esto son signo las preguntas)... una verdad que encierra lo que cada uno es, lo que cada uno puede... sin ropajes y sin falsas expectativas.
Una VERDAD que hace libres los espacios donde la capacidad de amar ha quedado encerrada.

"Señor, tu lo sabes todo, 
sabes que te quiero"... 
Amarte tal vez no...  pero quererte sí... tal vez estás pueden ser las palabras de Pedro.
Porque de seguro me seguirá saliendo apropiarme de vos y de lo que haces a través mío.
Porque de seguro mi impulsividad me dominará a veces.
Porque mis heridas me seguirán pasando facturas.

Una Verdad que se encuentra cuándo se deja vencer por la certeza de que es amado sin condiciones... de que el amor que lo habita lo amó justamente allí dónde él no podría haberse amado.
Habitado por un Amor que se abaja haciendo descubrir las posibilidades del corazón humano.

Ahora sí has comprendido Pedro, lo que significa que "darás la vida por mí...", le dirá Jesús.
Ahora sí podrás dejarte llevar... porque sabes quién eres en verdad.
Ahora sí... SÍGUEME.

EXPERIMENTANDOLO COMO EL PRIMER DÍA.

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