domingo, 20 de abril de 2025

VIVE en medio nuestro. Lc 24, 1-12

La resurrección de Jesús es un "no" rotundo a la injusticia y a la violencia.

Es proclamar que tiene sentido… que vale la pena… que tendremos Vida plena si vivimos y amamos como Dios lo hace…
Ni los verdugos, ni los acusadores, ni los traidores tuvieron la última palabra.
La fiesta de la Pascua es, sobre todo, una fiesta de la vida recuperada, de la vida auténtica, de la capacidad de mantener la propuesta de Dios por encima de lo mezquino –aún de lo violento- que pueden venir de un sistema, de una institución…
 
La Pascua  es una fiesta que nace del deseo de celebrar de que vale la pena vivir desde la esperanza que surge de permanecer en el amor… nada tiene que ver con celebrar un sentimiento bonito.
 
Celebramos hoy que la existencia de ese hombre sencillo de Nazaret ilumina y cambia la historia humana.
Es una invitación a no dejar que las preocupaciones ni los dolores cotidianos nos hagan creer que sólo eso es la realidad y aten al corazón a la amargura.
La Pascua de Jesús nos abre los ojos a una vida que comienza justo en los límites de la vida… allí donde nada se espera ya.
 Una vida que no nace de la fuerza de voluntad o del poder o del deseo de querer imponer una opinión o un punto de vista.
Todo lo contrario.
 
La resurrección es  vida que nace del perdón.
Es vida que nace de la misericordia y la reconciliación.
Es vida que nace del amor en medio de lo injusto.
 
La Pascua es entonces la fiesta de la esperanza, de esa pequeña virtud que es resistente a cualquier situación.
La pascua es fiesta de la resistencia.
Con la resurrección, Jesús rompe el cerco de la impunidad.
Su actitud de reconciliación es un grito de justicia.

Jesús perdona a sus victimarios porque sabe que ellos están fanatizados por una moral que en nombre de Dios condena y excluye… porque en definitiva las instituciones religiosas y políticas "sólo hacen lo que saben".
Imponen la violencia y la intolerancia como los únicos medios para sentir que tienen el poder.

Pero, con la resurrección, Jesús apela a la justicia de Dios que es el absoluto respeto por la vida humana y la libertad de todo ser humano.
El perdón, entonces, nace de una conciencia madura, tolerante y verdaderamente libre y es lo que nos prepara para una reconciliación verdadera con los demás.
Porque la injusticia cometida no se remedia con una agresión mayor.

Jesús sabe que el perdón no hace desaparecer la atrocidad del crimen.
El perdón cuestiona la conciencia del agresor y la respuesta del ofendido.
Pues el perdón no es un recurso de emergencia para tapar con lindos sentimientos lo terrible de lo injusto.

La reconciliación y el perdón nacen de una fe muy profunda, de una confianza radical en el Dios de la Vida, de una nueva manera de ver la realidad.
Es ser conscientes en última que la vida no se rige ni se sostiene por la fuerza bruta sino que la vida está sostenida por una infinidad de lazos afectivos.
 
Lo aceptemos o no… nos resistamos o no… estemos dolidos o no… estamos hechos para la comunión.
 
De este modo, la historia humana, bajo la luz del nuevo día, muestra un rostro desconocido en el que predomina el encuentro, la generosidad, la entrega, la confianza, la tolerancia y el amor.
Una realidad que no se identifica con esa dinámica que sólo da para recibir… o da para invertir… para ganar algo…
Sino que nos muestra una nueva humanidad con los brazos abiertos… con las manos heridas pero abiertas… ofreciendo su palma como gesto de apertura sincera… (y no un puño cerrado).

Con la resurrección somos invitados a descubrir que la vida es un derecho que no se negocia… que la vida es única y cada existencia tiene un valor infinito.
De ahí el esfuerzo cotidiano por generar un diálogo creativo como único medio para resolver los conflictos que surgen entre nosotros.
 
Con la Resurrección necesitamos comprender cómo una transformación personal, una transformación al interior de un pequeño grupo, es capaz de cambiar el rumbo de la historia de esa comunidad, de ese grupo.
Esto fue lo que les ocurrió a los discípulos y discípulas de Jesús cuando se encontraron de repente con una realidad sorprendente que se les impuso: Jesús había resucitado.
 
No era la ocurrencia de unas mujeres desconsoladas o de algunos discípulos confundidos. Era la potente experiencia de una comunidad que había descubierto que Jesús los estaba llamando para continuar la misión amando como él… viviendo como él… anunciando el evangelio a los pobres.
Entonces, la resurrección  fue para ellos una experiencia que trastocaba sus expectativas y los ponía de nuevo en camino.

La acción más palpable de la resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos.
Los convocaba alrededor de su vida y los llenaba de su espíritu de perdón.
Los corazones de todos estaban heridos.

A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no había traicionado a Jesús, lo había abandonado. 
Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón.

Volver a dar unidad a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad… era humanamente un imposible.  Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad presienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección.

Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma.
La novedad del Resucitado arranca desde los cimientos las falsas seguridades y lanza a toda la comunidad a encarar la misión con una fuerza y una dignidad hasta ese momento desconocida.

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