Nos haría mucho bien descubrir que seguimos atados a la ilusión de que una "buena vida" es una vida sin problemas ni dificultades... como si fuese viajar por una autopista iluminada y señalada correctamente.
Y aunque podemos prever el clima y de esa forma salir con paraguas; todos tenemos experiencia de que la vida queda sacudida por situaciones no buscadas que además de quitarle ganas a la vida nos hacen experimentar impotencia y desesperación… como a los discípulos de Jesús.
"CRUCEMOS A LA OTRA ORILLA"...
Las palabras de Jesús son una continua invitación a vivir atreviéndose a descubrir en nosotros posibilidades siempre nuevas... posibilidades que sólo surgen en nosotros cuando nos animamos a mirar la vida desde otro lugar.
Pero este aprendizaje no es nada fácil porque se realiza, si estamos dispuestos, justo en los momentos donde lo mejor de nosotros parece hundirse… donde las dificultades aparecen como grandes olas que no son posibles de resolver ni de contener… donde la barca de nuestra vida corre peligro.
Pero es justamente allí donde podemos chocar también con el MIEDO que no hace otra cosa que agrandar las dificultades. Y con el miedo comienzan los lamentos y las acusaciones o la negación y el enojo que junto a la queja que se instala no nos permiten ponernos en contacto con aquello que tal vez necesita despertar en nosotros.
Entonces gritamos:
Señor…¿No te importa que nos hundamos?
¿DÓNDE ESTÁS DIOS?
¿Por qué nos tiene que pasar esto a nosotros?
¿Y ahora que haremos?
NO DAMOS MÁS.
Acaso, ¿no te importa nuestro sufrimiento?
Y acorralados por el desconcierto y la duda comenzamos a buscar explicaciones del porque nos pasa lo que nos pasa creyendo que si lo entendemos se va a resolver y volvemos a querer resolver lo que nos pasa con las recetas aprendidas.
Pero descubrimos ahora que esto no alcanza... y que cuanto más queremos entender más miedo y angustia nos produce… y más rechazamos la idea de que las cosas pueden ser de otra manera… que hay "ir hacia la otra orilla".
Que lentos que somos para aceptar con serenidad que las cosas de la vida no siempre salen como las pensamos.
Qué difícil se nos hace comprender que no podemos programar la vida previendo por donde pasará; que nosotros no elegimos el momento en que la vida será azotada por los vientos de la adversidad y la dificultad... y que tampoco podemos elegir guardarnos en algún lugar para que no nos alcancen esas situaciones por miedo tal vez a volver a sufrir.
Las tormentas en nuestra vida escapan a nuestro control… "Y SABEMOS QUE NINGÚN MAR EN CALMA HIZO EXPERTO UN MARINERO".
Será hora entonces de hacer de nuestro miedo y desesperación un grito:
"¡MAESTRO! ¿NO TE IMPORTA QUE NOS HUNDAMOS?"
Y seremos invitados a descubrir una vez más que Jesús no está en el milagro que nunca llega sino que él está en lo que nos está pasando... que ha estado siempre aunque parezca que duerme.
¿Por qué seguimos interpretando su silencio como ausencia?
¿Y su ausencia como que no existe?
Atravesar con Jesús las olas de la dificultad o la tormenta del dolor es permitirle a esas situaciones que quiebren la cáscara de nuestra omnipotencia acercándonos más al misterio de quiénes somos... que desnude las seguridades con las que vivíamos y nos descubra a cuanto gente no veíamos por estar tan cómodos... y que pueda surgir desde dentro otra forma de vivir... otro modo de percibirnos... nos despierte a otra forma de mirar y amar la vida.
Dicen que la dificultad y el dolor pueden ser grandes maestros... pero qué difícil y cuánto pataleamos cuando no hemos sido nosotros quienes elegimos entrar en su escuela.
El dolor -como la dificultad- nos coloca en un lugar nuevo del que no sabemos nada y del que queremos huir porque tenemos miedo y poca fe.
Somos navegantes de mares que no conocemos... donde nuestra barca muchas veces es empujada hacia los límites donde nosotros no manejamos nada.
Allí, cuando las fuerzas ya no nos acompañan, el grito que nos surge revela una presencia:
DIOS ESTA.
ENTONCES allí algo nuevo en nosotros se puede despertar.
Una mirada nueva puede activarse.
Desnudados de la omnipotencia y la posesión puede renacer con todas sus energías la fuerza de la bondad que acerca, que contagia, que abraza y que acompaña y que salva...
Se desplegará lo mejor de nosotros.
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