domingo, 13 de junio de 2021

PORQUE NADA PUEDE arrebatar al AMOR SU FUERZA... abri tus manos. Mc 4, 26-34




Con mucha sencillez y a través de ejemplos cotidianos Jesús explica la centralidad de su mensaje: el REINO DE DIOS que no puede ser identificado con ninguna institución ni con ninguna otra manera de vivir que no esté contenida en la propia vida de Jesús.


Jesús enseña a la gente y a sus discípulos con ese recurso que son las parábolas que tienen como finalidad movilizar el corazón hacia algunas actitudes vitales que nos harían mucho bien a nosotros aprenderlas y sobre todo en este tiempo donde la tolerancia y el caminar juntos se hace a veces muy difícil.
En este tiempo donde nos cuesta mucho tener espacios de mayor calma e interioridad... aunque estemos aislados.
En este tiempo donde seguimos buscando que Dios cambie las cosas y de esa manera tener razones para creerle.
En este tiempo donde hemos experimentado que muchas razones por las cuales hacíamos las cosas o nos comprometíamos con otras se quebraron... dónde hemos sentido que algunos vínculos se perdieron... etc.

La parábola de la "semilla que crece por sí misma" que al parecer resulta muy fácil comprender quiere poner el acento en la FUERZA de la semilla que no depende del agricultor... que no depende de nosotros. 

Estamos ante una de esas parábolas donde la "potencia" lo tiene lo pequeño y esta no depende en absoluto de la acción del hombre.
Su crecimiento acontece en la oscuridad de la tierra... lejos de la mirada y del cálculo del agricultor.

Es una invitación a descubrir la presencia, aquí y ahora, del Reino en nosotros que busca movilizar la vida.
Creciendo en nosotros aunque parezca que nada pasa.
Produciendo vida en nosotros -haciéndonos percibir posibilidades dónde sólo vemos obstáculo- aunque en apariencia nada cambie.
Es una invitación a aceptar con serenidad que la "fuerza de la vida" no viene de nosotros y su "estar creciendo" tampoco es posible reducirlo a nuestros cálculos ni a nuestras estrechas miradas.

¿Cuántas interpretaciones de lo que vivimos -cuántas formas de rezar- no son más que querer controlar "lo de Dios" en nuestra vida?
¿Acaso no seguimos creyendo que la presencia del Reino esté dada por los éxitos evidentes que tengamos en la vida o como cristianos? ¿No seguimos midiendo "lo de Dios" por los resultados de nuestras obras o de nuestras palabras?
¿No seguimos haciendo cálculos apocalípticos con los sucesos de esta pandemia usando la palabra como argumento de autoridad?
¿No sigue habiendo entre nosotros muchos "adivinadores" que ya saben adónde iremos a parar?



La parábola no dice lo que tenemos que hacer;  sino que es una invitación a "DEJAR HACER"... a "DEJAR ESTAR".

Es una invitación a soltar la pretensión también de querer marcarles a los demás qué y cómo tienen que hacer... como si eso nos hiciera sentir menos inútiles.

La parábola es una invitación a dejar por momentos la eficiencia -no todo tiene que servir para algo- y el activismo -el no hacer algo productivo no es ser un inútil o ser un vago- como claves para interpretar la vida; y a ofrecerle al Reino espacio y posibilidades para que actúe dejando de ser nosotros "directores de obra".

Cuánto experto tenemos dentro de nuestras familias y dentro de nuestras comunidades que llegan hasta despreciar el crecimiento y las formas de camino de los demás.
Cuánta manipulación por el miedo se esconde detrás de tantas formas de relación aunque en apariencia digan que buscan nuestro bien.
Cuánta opresión se esconde detrás de muchas formas de ayuda o de servicio a los demás.

No es posible medir ni calcular el crecimiento de las semillas según nuestros propios modelos mirando si corresponden o no a ellos y ni es posible tampoco hacer concursos para evaluar el producto.

EN LA PARÁBOLA HAY UNA SEMILLA QUE SABE HACER SU TRABAJO.
Llega a donde quiere y cuando quiere.
No tiene necesidad de que alguien le sugiera como crecer o cuando hacerlo.

Necesitamos entonces dejar el "dramatismo" y descubrir la fuerza que tiene lo débil y lo pobre del Reino en nuestras vidas... y así tal vez dejaríamos de estorbar su trabajo en nosotros y en los demás con interpretaciones y posturas rígidas que no hacen más que alejar, dividir y levantar barreras.

Débil y pobre pero al mismo tiempo, como el grano de mostaza, capaz de transformar la vida en un lugar donde otros pueden encontrar espacio.

Aprendamos a escuchar lo de Dios que crece en nosotros.
CONFÍEMOS MÁS... RESPIREMOS MÁS.
CONTEMPLEMOS MÁS.
Y no nos alarmemos por la sensación de no frutos o de no cambios inmediatos en nosotros o en los demás.

Confiemos más en los pequeños intentos.
No nos desanimen lo modesto de ciertas apariencias.

Creamos en la fuerza que tienen los pequeños signos que no hacen otra cosa que «hacer sospechar» que existe otra VERDAD.
No son puntos de exclamación ni pretenden convencer... sino más bien son GENERADORES DE PREGUNTAS.

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